Reflexiones autobiográficas:

Periodo de aprendizaje

En el marco de este artículo no puedo sino destacar tres influencias que me parecen particularmente favorables en estos años de aprendizaje. La primera es la circunstancia familiar, circunstancia que hoy me parece que ejerció sobre mí dos influencias contradictorias y, por ello, capaces de determinar entre las dos un efecto muy progresivo. Por una parte, en mi familia materna, catalana, cuentan algunos químicos distinguidos del siglo pasado y mi abuelo mismo -en cuya casa viví mientras cursaba el bachillerato- era catedrático de química orgánica de la Facultad de Farmacia de la Universidad Central : esta rama familiar me parece hoy como el paradigma del asentamiento profesional sereno en la ciencia y de virtudes domésticas y públicas silenciosas y verdaderas, de las que mi madre tuvo la triste ocasión de dar, naturalmente, como sin saberlo, toda su heroica medida en nuestra guerra y posguerra civil. Esta influencia -familiarizarme con la perspectiva de la enseñanza de la ciencia y del ejercicio y respetabilidad científicos- tuvo que ser profunda y trascendente para mí, pero sé poco de ella, sin duda porque me modeló fácil y calladamente desde niño y debe considerarse de las que operan por simpatía. En cambio, la influencia de mi padre me es mucho más notoria, afecta mucho más a mi actividad, a lo que me siento ser realizándome en trabajo, aunque ciertamente sea sobre la base que me dio la tradición cultural y humana de la rama materna; el tipo cultural y humano de mi padre me parece muy poco corriente y el ejemplo de su conducta me ha influido mucho, pero, en mi juventud, no sin tener que vencer una tenaz resistencia por mi parte; ante todo mi padre, hijo de un arrendatario extremeño y luego él mismo terrateniente, fue el primero de su familia que cursó una carrera universitaria y el hecho le dio acceso, no a un mero conocimiento profesional, sino a la cultura misma que vivía con exaltada intensidad; de niño, me imponía duras tareas que me capacitaron para efectuar en su día un estudio disciplinado, pero que, sobre todo, me descubrieron la importancia que él daba al saber; pero hay dos rasgos de su carácter que me parece que han influido sobre mí decisivamente; uno, su desprecio a lo culturalmente mediocre, y, en consecuencia, su voluntad de que yo abordara objetivos difíciles y otro (que yo percibía con claridad, a pesar de su orden económico, que a temporadas era estricto), que para él estos objetivos fuesen, por así decirlo, supraeconómicos y persiguiesen otros valores humanos, a los que en momentos cruciales ponía por encima de todo, con una generosidad que el hombre común diría insensata aunque en realidad era sabia. Me parece que estas dos influencias familiares, que parecen tan antitéticas, la dedicación honesta, aplicada y pacífica a lo recibido, y la negación apasionada, no ya de lo falso, sino de lo mediocre en aras de lo superior, ambas son fundamentales para la ciencia, están las dos en cada latido de su progreso: la tradición y el cambio. Por ello el haber recibido ambas en mi vida juvenil, tan claramente y por separado, me parece hoy que constituyó una coyuntura muy favorable para mi futura labor de investigador científico.

Sus padres Antonio Cordón y Elena Bonet. Madrid, 1943

Siguiendo su orden en el tiempo, hay una segunda circunstancia de este período que ha ejercido, en mi sentir, muy decisiva influencia sobre mi trabajo científico emprendido muchos años después. Se trata del hábito adquirido hacia mis dieciocho años de consignar y desarrollar mis reflexiones por escrito; lo sigo haciendo, de modo que he ido reuniendo cuartillas a lo largo de más de cincuenta años. Claro que estas notas no son literarias, en el sentido de que nunca pretenden plasmar y trasmitir una intuición, sino que siempre intentan constituir mojones en líneas de reflexión que pretendo ahondar y analizar con continuidad. Esto no significa que sean notas redactadas sin precisión, ya que procuran ayudar al origen y formulación del pensamiento más riguroso que sea posible en el momento, y fijarlo de modo inequívoco para retomarlo como punto de partida un día que puede ser lejano. (Parece obvio que escribir es la técnica fundamental para auxiliar al pensamiento). Ahora bien, pensar es el modo de ser hombre y pensar bien es importante en cualquier actividad suya, salvo que sea tan rutinaria que caiga en lo inhumano; a mayor abundamiento lo es en el ejercicio de la ciencia, que, por definición, exige debatirse con el pensamiento humano a su nivel más alto, esto es, no sólo recoger hechos concretos, sino descubrir hechos o aspectos de ellos que posean un valor estratégico que permita constatar, depurar, ensanchar la concepción teórica que el hombre se ha formado de la naturaleza (sin ello, la actividad científica se reduce a una onerosa y rutinaria ocupación de tierra de nadie). Parece, pues, evidente que pensar activa, apasionadamente, tiene que ser la ocupación principal de quienes se dedican profesionalmente a saber, de modo que en los protocolos de un hombre de ciencia está plasmada la peripecia de su trayectoria intelectual. Esta costumbre mía juvenil refleja, sin duda, una preocupación tras la verdad que está en la base del ejercicio de la investigación científica, a cuyos resultados (como a todo lo humano) suelen contribuir más los factores morales que los intelectuales; pienso que esta conducta -que no imité ni me fue impuesta- debió originarse principalmente en las circunstancias familiares dichas; sea como fuere, la considero decisiva para fomentar el servicio a la verdad, y la fidelidad a la propia razón, y fue, pues, una de las circunstancias importantes de mi periodo de aprendizaje.

Hay una tercera circunstancia de este periodo de modelamiento juvenil que ha ejercido gran influencia, si no en que me dedicara a la investigación científica, sí, y muy decisivamente, en la dirección que fueron tomando mis problemas desde mis cuarenta años. Me refiero a una circunstancia ya no familiar sino propia de la época y que afecta a toda la ciencia. Me parece, en efecto, que en el estado actual de la ciencia se da una discordancia entre, por una parte, los aparatos teóricos de las diversas ciencias experimentales (que negando la historia de ellas, tiende a fragmentarse en campos cada vez más especializados) y, por otra parte, una creciente tendencia a buscar una interpretación unitaria del universo que se percibe coherente y sujeto a un proceso evolutivo general. Pues bien, de este estado de cosas, de esta contradicción interna que padece la ciencia no empecé a hacerme consciente hasta mi madurez; si en mi juventud, alguien me hubiese señalado la discordancia, habría probablemente respondido que en la naturaleza se da una cierta dualidad en virtud de la cual hay fenómenos que requieren un modo y método de conocer (los propios de las ciencias experimentales) y otros que exigen uno muy distinto (el totalizador e histórico). Es decir, durante largos años me encontré perfectamente cómodo frente a la ciencia que se me impartió en la Universidad y que luego seguí estudiando (consciente de su enorme valor) con constante interés. Pero lo cierto es que la otra corriente de pensamiento siguió solicitando siempre mi reflexión y, con motivo de la guerra civil, con particular intensidad.

Sin esta dualidad de aprendizaje y sin el hecho que considero sumamente favorable de que ambos se produjeron con independencia (sin perturbarse durante veinte años el uno al otro) me habría sido imposible, ante una coyuntura objetiva favorable, iniciar la línea de investigación en que se ha realizado mi vida. Sin el doble aprendizaje, no hubiese dispuesto del instrumento necesario para plantearme un nuevo tipo de problemas; y sin haberme identificado, el alcance de mis fuerzas, con el sistema de conceptos y con la interpretación de la realidad propia de la ciencia experimental, hasta constituir en mí convicciones muy arraigadas, difícilmente hubiese podido emprender una crítica objetiva y sincera de la crisis de crecimiento de la ciencia experimental vigente, crítica que, en todo momento significó un penoso y lento negarme a mí mismo.

Mi propósito y de hecho mi ocupación profesional hasta los cuarenta años fue la química y, más en concreto, la química orgánica, a cuya enseñanza pensaba entonces dedicarme; no obstante, diversas circunstancias me llevaron a cursar la carrera de farmacia en un momento (al comienzo de los años 30) en que la Universidad española alcanzó, tal vez, un momento muy digno. Me parece que la elección de la carrera, por motivos que no podía prever, fue muy afortunada; por una parte me ofreció la base suficiente para iniciar mis estudios de química, y, por otra, me abrió un primer horizonte hacia la biología (por ejemplo, me fascinó el estudio de la botánica y me apliqué a conocer las plantas de mi región), horizonte que ya nunca dejó de atraerme; en fin, el hecho de comenzar a trabajar, terminada la guerra, en la industria farmacéutica, esto es como químico ante un ser vivo, pudo fácilmente brindarme un problema objetivo ante el que interfieren los dos modos que dividen la ciencia actual con claridad suficiente para que yo pudiera percibirlo, campo que en mi opinión inicialmente no podía ser sino el protoplasma en su gobierno de moléculas.

Faustino Cordón: Biólogo Evolucionista by Herederos de Faustino Cordón, licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License. Licencia de Creative Commons