Reflexiones autobiográficas:

PERÍODO DE MADUREZ (DE 40 A 65 AÑOS)

El acontecimiento que decidió tardíamente mi destino científico fue inesperado pero no fortuito. En el Instituto IBYS, tradicionalmente dedicado a preparar sueros y vacunas, estaban omnipresentes problemas prácticos relacionados con la inmunidad, de los que hube de ocuparme.

Mi interés latente por la biología pronto me hizo percibir que la inmunización (la capacidad de responder específicamente a proteínas extrañas), fenómeno muy general y de tan diversas manifestaciones, tenía que deberse a algo con una profunda significación científica. Mi absorbente curiosidad me llevó a estudiar con rigor experimental un fenómeno asequible de inmunidad, a saber, la anafilaxia a caseína en cobayos. Con el tiempo, un experimento bien planteado nos llevó a descubrir que la proteína inyectada al animal (lo que en inmunología se denomina antígeno, en nuestro experimento caseína) multiplicaba en él alguna de sus estructuras, de modo que, al parecer, el hecho primario de toda inmunización es una suerte de auto reproducción del antígeno y no, como suele pensarse, una producción de sustancias defensivas (los anticuerpos) desencadenada por la presencia del antígeno.

El hecho parecía suponer un cambio en la interpretación de la inmunidad, cambio que (conforme a las exigencias de la ciencia experimental) había que contrastar con la teoría de la inmunidad vigente frente a todos los fenómenos pertinentes conocidos y, a ser posible, anticipar algún fenómeno desconocido que fuese de prever según el nuevo modo de entender las cosas.

Cumplí la primera exigencia estudiando un magistral tratado de inmunología, en curso de publicación, que venía a poner orden en un increíble mare mágnum de publicaciones, Die Inmunitätsforschung de Doerr, volúmenes I a VIII, cuya traducción mía editó la Revista de Occidente, y contrastando la conformidad con los hechos de las dos teorías en mi primer libro Inmunidad y automultiplicación proteica, que publicó en 1954 la misma editorial. Respecto al segundo requisito realicé, animado por el profesor Hallauer de Berna, un experimento cuidadosamente concebido que dio la respuesta prevista: el cobayo inoculado con toxina tetánica multiplica en su cerebro, no la toxina, pero sí determinantes inmunológicos de ella en una cantidad que va subiendo en el curso del tétanos provocado, hasta rebasar considerablemente la de los determinantes inoculados. Por lo demás, el campo de investigación experimental así abierto, "la teoría desde donde observar" parecía muy rico en temas y entre mis 40 y 50 años creí que había encontrado mi cantera de investigador experimental.

Sin embargo, este trabajo experimental habría de ejercer una influencia más trascendente sobre mi vida profesional. Evidentemente el fenómeno observado y la inmunización en general parecían inexplicables sin entender el ser vivo en el que se producen; en consecuencia mi atención se repartió entre el antígeno (unas moléculas dispersas incorporadas desde fuera) y la intimidad celular susceptible de ser perturbada tan desproporcionada y persistentemente (un ser unitario capaz de reaccionar a ellas) y brindaban una primera clave, por tenue que fuera, para procurar entenderlos. Por tanto, estos trabajos experimentales, en primera aproximación, transformaron (en contra de la corriente científica general) mi problemática de bioquímico en una de biólogo, ya que el tema central de la biología es la naturaleza del ser vivo, como individuo que es. Pero, sobre todo, con ayuda de la familiaridad lograda en el trabajo experimental con un tipo de fenómenos, cuya naturaleza parece favorable para sugerirlo, insensiblemente di un cambio diametral a mi problemática, que después se ha sostenido tenazmente (en cierto modo conclusiones de este trabajo experimental se constituyeron en instrumento para lograr nuevo conocimiento). Sea como fuere, desde entonces me he ido esforzando en explicarme lo particular y efímero por el todo de que forma parte y por la evolución conjunta de este todo; todo que, por lo demás, recíprocamente no puede entenderse (en su surgimiento y en su evolución) sin conocer esas partes que hoy dependen de él. Por ello, obviamente, la ciencia experimental que brinda el conocimiento de lo particular y concreto es esencial para conocer el todo y su evolución. Ab origine y, por tanto siempre será así, desde hace dos siglos los brotes de pensamiento evolucionista son y sólo son ciencia experimental elevada a un nuevo nivel de problemática.

Con esto llegamos a la iniciación del trabajo en que continúo empeñado y aunque nos distancien de ella veinticinco años, lo que resta es presente u opera tan directamente sobre él que está recogido en mis libros recientes. Incluso la historia del trabajo durante estos años de madurez, desde 1950 a 1970, se expone sucintamente en el Prefacio de mi libro Tratado evolucionista de biologia. Parte primera (páginas XXXI a XXXV). En la presente nota autobiográfica he centrado mi recuerdo en los antecedentes de lo que sigo siendo, sin gran variación en concepción general ni en métodos, desde que emprendí mi labor de biólogo y, sobre todo, en cómo percibo como se verificó y sigue verificándose en mí mismo la organización de los conocimientos experimentales en pensamiento evolucionista.

En el Instituto de Biología Aplicada con su colaborador Eloy Terrón. Madrid. 1978

Voy, pues, a limitarme a señalar el hecho de que, desde que tomé la nueva dirección de pesquisa científica, nuestro persistente esfuerzo por interpretar los datos experimentales concretos por el todo de que forman parte y viceversa, durante los años que van desde mis 45 a mis 65 años, han permitido dar, con mayor o menor fortuna, una serie de pasos cada uno de los cuales ha supuesto, respecto al anterior, un progreso equivalente, que podemos caracterizar así: 1) su ocasión inicial ha solido ser una observación experimental propia que inesperadamente ha conducido a un nuevo campo; 2) cada nuevo estadio ha podido iniciarse (el pensamiento había alcanzado madurez para interpretar lo observado) gracias al trabajo teórico del estadio anterior que, por término medio ha durado cada vez unos cinco años; 3) la nueva problemática se ha referido, en cada paso, a un orden adicional de relaciones que traba un entorno mayor de la realidad (un todo más amplio) con datos concretos de un orden de tamaño (de un nivel de complejidad), en cambio, menor que el estudiado en el estadio anterior; y 4) cada paso nos ha llevado a estudiar sistemática y objetivamente el acervo de conocimiento empíricos y experimentales de alguna ciencia biológica antes considerada con menos atención. Hitos principales de este proceso de reflexión se recogen en los siguientes libros: Introducción al origen y evolución de la vida (1958), La evolución conjunta de los animales y su medio (1966), La función de la ciencia en la sociedad (1978), La alimentación base de la biología evolucionista. Volumen 1 (1978), La naturaleza del hombre a la luz de su origen biológico (1981).

Me parece que, en líneas generales, estos años de madurez se han caracterizado por una labor muy continuada y cada vez más productiva, muy parcialmente recogida en nuestras publicaciones. Gran parte de la producción se ha ido acumulando en notas de trabajo muy elaboradas pero que han ido quedando inéditas por un carácter que comenzaron a ofrecerme nuestros resultados y al que hube de plegarme con aplicada docilidad. Consistía este carácter en el hecho de que las soluciones de los problemas planteaban, con un ritmo más rápido que su solución misma, nuevos problemas más generales y concretos que nos impulsaban a menospreciar lo que creíamos conocer en aras de lo que necesitábamos conocer. Las hipótesis de trabajo desembocaban en otras más profundas de modo que este período se distingue por la búsqueda de bases cada vez más firmes del pensamiento. Sin duda, este carácter de nuestra investigación durante estos años no se debe a cualidades mías (cuya originalidad previa fue modesta) sino a la naturaleza objetiva de la cantera descubierta que afectaba a campos nuevos si se ahondaba convenientemente. Así pues, si nuestro esfuerzo no se malogra y da algún fruto, nuestro mérito no ha sido sino el sometimiento casi forzoso a algo que nos había ocupado y que exigía imperiosamente día a día desarrollarse. Este período de gran sometimiento a objetivos suprapersonales creo que, paradójicamente, ha sido un tiempo de gozosa realización personal.

En el Instituto de Biología Aplicada (IBA). Madrid, 1976

Por otra parte, desde que, hacia mis cuarenta años, percibí la inseguridad de algunos principios de la ciencia admitida (desde que se me desmitificó la ciencia y la vi como lo que es, no un edificio concluso sino una tarea a realizar) mi pensamiento adquirió una cualidad nueva: tender a la negación fecunda, atreverse a la heterodoxia.

Opino, pues, que el hombre de ciencia, apoyado en los dictados de la razón, ha de fomentar su imaginación creadora, trasmutando conocimiento adquirido en método de conquistar nuevo pensamiento. Esta tendencia algo radical que me ha impuesto el curso del trabajo ha estado en mí muy atemperada por idiosincrasia, por educación, por experiencia. Cuando la reflexión me lo exige me aventuro ciertamente por terra incógnita, pero lo hago con una aguda sensación de alarma, de inseguridad.

Nunca he osado, ni me ha atraído, imaginar teorías abstractas; para no extraviarse en su esfuerzo teorizador, el científico no tiene más recurso que pegarse a los hechos reales, que familiarizarse (en el Universo sometido a un proceso de interacciones coherentes) con una gama creciente de ellos; puntualizar los hechos, considerarlos en todas sus relaciones, es un hábito nuestro impuesto por la inseguridad, por la prudencia, del que profesionalmente ha de aventurarse solo.

Hay una segunda norma que la vida me ha enseñado: hay que armonizar la insobornable fidelidad a lo que dicta la propia razón y el respeto a lo que opinan los otros. La base del pensamiento de todos los hombres es, evidentemente, común, de modo que tienen una misma base la firmeza nuestras convicciones y el respeto a las ajenas. Parto siempre de la seguridad de que toda opinión que disiente de la mía guarda necesariamente un cabo de verdad que hay que descubrir; o bien nuestra interpretación da cuenta de la ajena (la resuelve) o bien ésta descubre un lado débil de la nuestra (en el supuesto de que no sea errónea, de que tenga también su cabo de verdad). Sé que el multitudinario proceso de la ciencia se cumple en colaboración y que nuestro principal apoyo es la verdad del pensamiento ajeno, no su debilidad. Por eso creo que siempre he procurado formarme en una crítica constructiva que procura poseer a fondo, no las lagunas y debilidades de lo que leo (lo que es en general fácil), sino el fondo de verdad descubierto que, a veces, el mismo autor lo entiende aún imperfectamente. Por ejemplo, me fue fácil percibir lo erróneo de Lamarck o de Weismann y mucho más difícil (¡y gratificador!) comprender el brote, confusamente entrevisto por estos autores, de pensamiento verdadero. Me parece, pues, anticientífica la discusión personal, en vez de la ponderación generosa de los hechos y de las ideas; es más, consciente de lo desacreditado que ha llegado a estar en la ciencia (hoy tan encadenada) el ejercicio libre del pensamiento, he tenido la tendencia, no a negar la convicción propia, a la que me entrego apasionadamente, pero a procurar apoyarla en el pensamiento general admitido, de modo que pierda en lo posible su cuño personal.

Faustino Cordón: Biólogo Evolucionista by Herederos de Faustino Cordón, licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License. Licencia de Creative Commons