Claves de su pensamiento:

La ciencia evolucionista como horizonte teórico

La obra de Faustino Cordón hay que situarla en la dirección y en el cauce principal del pensamiento contemporáneo más innovador, un pensamiento que se distingue por la ambición de integrar los conocimientos parciales ganados por el hombre en los diversos ámbitos: el de lo inorgánico o experimental, explotado por las ciencias físicas; el de lo orgánico, reducido en la práctica al anterior por una biología dominante que no distingue rigurosamente los procesos animales y los celulares, ignora la vida proteínica y reduce la evolución celular a procesos físico-químicos; y, por último, el de lo humano. Apoyándose en el estudio objetivo e independiente de su propio campo biológico y pugnando constantemente, como científico genuino, por observar todos los hechos pertinentes desde la máxima altura teórica alcanzada por el pensamiento previo, Cordón se esforzará en hacer de la biología una ciencia experimental autónoma (capaz de comprender, por ejemplo, la naturaleza de los seres vivos del único modo posible, es decir, por su proceso de origen) y en elevarla, paralelamente, a ciencia evolucionista y general.

Este proyecto científico, centrado en la evolución biológica, en el proceso que va desde el origen de los primeros seres vivos (a partir de lo inorgánico) hasta el hombre (a partir del animal) es, insistirá Cordón, clave para tender los puentes necesarios entre los dos campos básicos de la ciencia actual: las ciencias de lo inorgánico, hoy dominadas por la superespecialización positivista y la fragmentación teórica, y las ciencias del hombre, cuya riqueza empírica y teórica notoria tiene, sin embargo, su principal límite en nuestra débil comprensión de la evolución de los seres vivos y, sobre todo, del origen del ser vivo culminante, el hombre.

Los avances científico-experimentales más relevantes tienen lugar cuando, sobre la base de la actividad práctica y del pensamiento empírico previamente ganado, se identifican, aíslan y distinguen teórica y prácticamente las individualidades típicas de un determinado nivel de integración energético-material. De hecho, a principios del siglo XIX la ciencia experimental había ya definido con precisión los dos niveles superiores de la evolución inorgánica, el molecular y el atómico.

"Lo verdaderamente notable de las ciencias experimentales es el hecho de que cada una de ellas, no sólo percibe regularidades (que se pueden describir y clasificar y así enriquecer la actividad humana, del mismo modo que las regularidades de la naturaleza ayudan a la acción y experiencia de los seres vivos), sino que estas regularidades comienzan a explicarse conforme a leyes y teorías de alcance creciente, no sólo por la composición de las unidades de cada nivel por conjuntos de unidades del nivel inmediato inferior (las moléculas por los átomos, por ejemplo), sino porque tal composición depende de interacciones reversibles con unidades del mismo nivel del entorno (moléculas sobre moléculas, átomos sobre átomos). Con ello se va imponiendo paulatinamente a la ciencia la noción de que comprender las unidades de un nivel (energía radiante, partículas subatómicas, átomos, moléculas..., células, animales), obliga tanto a analizar el interior de ellas, como a estudiar sus interacciones con el conjunto de unidades del nivel y, aún más, a correlacionar teóricamente los dos tipos de datos, en concreto, el dinamismo interno de las unidades de un nivel con el dinamismo conjunto del nivel que transforma unas unidades en otras". (Nota 1)

En el último siglo, los biólogos se han especializado (tras el descubrimiento de la célula como ser vivo en general por Virchow en 1859) en reunir conocimientos empíricos, aplicando técnicas complicadas y poniendo a punto instrumentos de observación que han permitido conocer profundamente la estructura, organización general y diversos organelos funcionalmente especializados de la célula. Sin embargo, estos especialistas han centrado básicamente su atención en el nivel molecular. Incluso los bioquímicos, que estudian no sólo el quimismo intracelular, sino cómo este quimismo se produce bajo la conducción de enzimas (el primer coenzima sería descubierto por Buchner en 1900), continúan buscando la clave de la vida en el nivel molecular, sin plantearse el problema del origen, naturaleza y evolución de los diferentes niveles del ser vivo (y de sus individualidades constitutivas) a partir de aquél.

Ruldolf Virchow 1821-1902

Junto a las ciencias experimentales (las ciencias físico-químicas y una biología que reduce de hecho los procesos biológicos, surgidos de la evolución conjunta de lo inorgánico, a procesos físico químicos), las ciencias del hombre se distinguen, a su vez, por su riqueza empírica y por su fecundidad filosófica.

Lógicamente, como animal y humano, el hombre tiene una experiencia mucho más rica de los animales y de los hombres que de los diferentes procesos físico-químicos. Como animal, el individuo humano se identifica con un organismo supracelular capaz de persistir espacio-temporalmente en permanente tensión biológica y en un medio constituido por animales (incluidos los humanos) y vegetales. Pero se trata de un animal singular, con un medio específico definido por el lenguaje (por el pensamiento, es decir por la palabra interiorizada) y por el trabajo, la colaboración social de la que acabó resultando el mismo lenguaje.

Gracias al lenguaje y a la organización social, el hombre logró romper el círculo cerrado del equilibrio biológico, aprendiendo a inventar su propio alimento (autotrofismo singular que va desde la prehistoria de la ganadería y la agricultura neolíticas a la ganadería y agricultura industriales de nuestro tiempo); gracias al lenguaje y a la organización social, el hombre ha tenido su propia historia

Sintomáticamente, la evolución de las ciencias del hombre se ha distinguido, además de por su enorme riqueza empírica, por sus resultados teóricos integradores e históricos. Todo individuo humano tiene, desde el momento mismo de su nacimiento (e incluso en el vientre de su madre), una experiencia básicamente social, y por lo mismo unitaria e integradora. La educación del niño (y la permanente del adulto) supone la modelación de la conciencia de cada hombre en términos de la de los demás. El progreso y la realización toda del hombre es esencialmente social. Por otra parte, habiéndose liberado de la lucha animal por la vida, gracias precisamente al trabajo y al lenguaje, la vida humana se viene distinguiendo por una historicidad fácilmente perceptible, y especialmente en determinadas épocas o períodos evolutivos. De ahí que el hombre no se haya limitado a acumular datos y a enriquecer notoriamente su conocimiento empírico de las relaciones humanas. No sólo ha elevado relativamente a unidad teórica las principales relaciones interhumanas (económicas, sociales, políticas, ideológicas...), construyendo diferentes ciencias del hombre, sino que, principalmente con su ayuda, ha tendido espontáneamente a entender el individuo humano en términos de los demás y de su historia, en términos de la sociedad y de la evolución social

Es más, contando con esta experiencia genuina de la unidad, la coherencia y el carácter histórico de la realidad (de hecho de su realidad), los grandes filósofos (Aristóteles, Avicena, Averroes, Leibniz, Hegel...) se han esforzado en entender, no ya sólo las relaciones del individuo humano con los demás hombres y las de los hombres con el mundo, sino el universo entero, como esencialmente unitario, dinámico e histórico (esto último más recientemente).

Georg Wilhelm Friederich Hegel 1770-1831

Faltos de la percepción objetiva de la historicidad del universo en sus niveles más básicos (los de lo inorgánico, cuya estabilidad primordial es condición de la evolución conjunta de la biosfera y de la conservación de todos los seres vivos), e ignorando casi todo de los niveles biológicos inferiores (proteínico y celular), los grandes filósofos no han ido nunca más allá de un atisbo general de la evolución conjunta de la realidad, de su coherencia interna y de las leyes más universales de su movimiento. Apoyándose, sobre todo, en la experiencia de la unidad, el dinamismo y la historia del ser humano, han sacado de ella el fondo de verdad que cada uno ha entrevisto, pero no han podido ir más allá de una concepción general del mundo esencialmente abstracta, formal y teratológica (esto es, resultado de una extrapolación formal y abstracta del todo particular humano al todo universal).

Con todo, los grandes filósofos han puesto suficientemente de relieve la unidad, el dinamismo y el carácter histórico de la realidad, en tanto que las ciencias experimentales, encerradas en lo particular y sometidas hoy en gran medida a las exigencias ciegas de la producción, han permanecido generalmente de espaldas a la dimensión totalizadora e histórica de la realidad. De ahí la necesidad actual de la ciencia evolucionista, capaz de integrar rigurosamente los conocimientos ganados por las ciencias experimentales. De ahí también que la biología evolucionista aparezca como la clave actual de la ciencia, por la naturaleza intermedia de su propio objeto. En efecto,

"El campo de estudio de la biología, a saber, el proceso que va desde el origen de los primeros seres vivos a partir de lo inorgánico hasta el surgimiento del hombre como resultado culminante de la evolución conjunta de todos los seres vivos ocupa, obviamente, una posición clara, intermedia entre dos procesos, que son, respectivamente, el objeto de sus grandes campos de conocimiento: por una parte, la evolución humana, a cuyo estudio se aplica -de modo notorio en los grandes sistemas filosóficos- un pensamiento cada vez más integrador y evolucionista, pero cuyo esfuerzo por entender esencialmente (por su origen) al hombre tropieza con la barrera que le opone la débil comprensión de los seres vivos; y, por otra parte, los procesos de lo inorgánico, a cuyo estudio se ha aplicado la ciencia experimental (...), en cambio, dirige su atención casi exclusivamente a particularidades, sin esforzarse tras una concepción genuinamente integradora y evolucionista". (Nota 2).

Para explotar rigurosamente esta posición clave,

"La biología ha de esforzarse en avanzar en la comprensión de los seres vivos desde los otros dos campos de conocimiento, de los cuales el uno (el de lo inorgánico) le ha de enseñar la base de partida de la evolución biológica, y el otro, el resultado final de esa evolución; pero, a la vez, es evidente que no puede progresar sino por el estudio objetivo, independiente, de su nuevo campo, que le ofrece un acervo de fenómenos peculiares y que le plantea su propio tipo de problemas; por lo demás, desentrañando así el proceso efectivo de la evolución de los seres vivos desde su origen al hombre, la biología contribuiría a llenar con conocimiento objetivo la discontinuidad entre nuestro conocimiento del hombre y el de lo inorgánico y a acercar el pensamiento a una interpretación de toda la realidad científicamente coherente". (Nota 3).

Ciertamente,

"Plantearse en profundidad la evolución del hombre obliga a conocer antes su naturaleza en términos de su origen, lo que remite al estudio de la evolución biológica y, en particular, al de la naturaleza del animal por su origen y, finalmente, al de la evolución conjunta de los animales". (Nota 4).

Por otra parte, complementariamente, el estudio de la vida más elemental,

"Habrá de ayudar a comprender el proceso de la evolución inorgánica desde la perspectiva que mira hacia nosotros: hacia la evolución biológica que culmina en el hombre". (Nota 5)


NOTAS

Nota 1
"El desplazamiento del dualismo con el avance del conocimiento científico", nota al capítulo IV del volumen 2º del Tratado evolucionista de biología e incluida como apéndice a la segunda edición del libro La función de la ciencia en la sociedad (Barcelona Anthropos, 1982 pp. 165-177) pp. 170-171.

Nota 2
"Reflexiones desde el pensamiento evolucionista sobre el estado de la ciencia actual", publicado en El País, 3 y 4 de abril de 1981; este artículo se incluye también en la última edición de La función de la ciencia en la sociedad (pp. 153-164), véase pp. 154-155.

Nota 3
Op. cit., p.163.

Nota 4
Op. cit., p.156.

Nota 5
Ibíd.

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