Patrick Tort
Desde que el conocimiento objetivo se separó explícitamente de la teología, es una banalidad reconocer y declarar que, en la ciencia, no existe ninguna verdad definitiva. Pero el apego de los científicos de cada generación y de cada disciplina a la ciencia que han aprendido y practicado sugiere inexorablemente que, en la práctica, obedecen a la convicción contraria.
Saber dudar es la máxima clave de toda objetividad constructiva en el movimiento del conocimiento, aunque, por supuesto, se considera que continuamente sigue habiendo un espacio para saberes que hay que conquistar y nuevas heurísticas, lo que implica el carácter esencial de perpetua falta de conclusión del proceso de investigación en ciencia.
Cuando, en 1990, y después de llevar cuatro años trabajando en la realización del Dictionnaire du darwinisme et de l’évolution, vi por primera vez a Faustino Cordón, tras un intercambio epistolar de tres años y después de haber conversado con los biólogos franceses y extranjeros más brillantes -los cuales compartían ampliamente la opinión de que la teoría sintética de la evolución tenía algo de insuperable-, tuve la sensación inmediata, que después no hizo sino aumentar, de que ese hombre excepcional sobrepasaba en inteligencia racional a todos los que hasta entonces me había sido dado tener como interlocutores en el vasto tema de la teoría del ser vivo. Bioquímico enciclopédico, autor de una obra considerable y casi totalmente ignorada por el público hispanófono, Cordón había sufrido, debido a su compromiso contra el franquismo, un encarcelamiento que estuvo a punto de llevarle a la muerte, había sido apartado del mundo académico y, a pesar de esas adversidades había llevado a cabo una investigación teórica fascinante y secreta que realizó en paralelo a sus largos años de trabajo como jefe de departamento [director de equipos] en el seno de la industria farmacéutica española. En estas páginas retomaré y completaré los datos biográficos que pude reunir con motivo del Congreso Internacional “Pour Darwin” organizado en septiembre de 1997 —datos que en su mayoría me fueron facilitados por la Fundación que Cordón dirigía entonces en Madrid.
Faustino Cordón Bonet nació en Madrid el 22 de enero de 1909, hijo de un padre extremeño y una madre catalana. Su familia se instala en el suroeste de España, cerca de Fregenal de la Sierra (en el sur de la Comunidad Autónoma de Extremadura, en la provincia de Badajoz y próximo a la frontera portuguesa) donde su padre, Antonio Cordón, un abogado ilustrado y un hombre de profunda generosidad moral, posee una propiedad “El Prior”, en el término de Fuentes de León. Realizó sus estudios en Madrid, donde vivía con su abuelo, Baldomero Bonet y Bonet (1857-1925), profesor de Química Orgánica en la Facultad de Farmacia de la universidad central y sobrino de Magín Bonet y Bonfill (1818-1894),químico, farmacéutico, profesor de análisis químico, gran conocedor de las fermentaciones alcohólicas y de las aguas minerales de España y cuyo discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias, en 1868, versaba sobre “La constitución o formación del individuo o de la especie en Química". La entrega a la ciencia y la serenidad profesional caracterizan, pues, una atmósfera familiar que completan armoniosamente una exigencia de fidelidad a la aspiración ética de la enseñanza y un gusto por la exactitud que cohabitan con la sencillez y la bondad. En la casa madrileña de Baldomero Bonet, el joven Faustino preparará su bachillerato.
Al parecer, y según su propio testimonio, la influencia de su padre se ejerció especialmente en el sentido del “espíritu de superación” que apela a los valores de la genialidad y la creatividad personal. Antonio Cordón consideraba que “si se quiere ser pintor, hay que ser Goya”, diría más tarde Faustino. Terrateniente enamorado del arte y la cultura, situaba en ese ámbito la realización del individuo y trasmitió a su hijo esa exigencia de un conocimiento amplio, conquistador y transformador que, junto a la herencia de un saber competente, sosegado pero sólido que Faustino recibió de su abuelo materno, le garantizó los dos componentes esenciales de una práctica productiva en el seno de la actividad científica: la tradición y el cambio. La cohabitación en él de esas dos instancias, que mucho más tarde reconocería como indispensables para el equilibrio dinámico de todo pensamiento creador en la investigación, es lo que, con toda seguridad, dio a Faustino esa fuerza para progresar en el pensamiento sacrificando continuamente una parte de sí mismo, un legado de convicciones y representaciones que, en su tiempo, fueron indiscutiblemente formadoras para él.
Cuando finaliza sus estudios secundarios, ya bachiller, Faustino aún no tiene una vocación definida y duda entre la pintura y la carrera científica. En 1928, su padre le envía a París, donde vivirá un año. Estudia dibujo, comienza a pintar, conoce a Picasso y se afilia al Partido Comunista francés. Esto le hace decidirse por la ciencia, pues tiene la sensación, sencillamente lúcida, de que es más útil socialmente. De vuelta a España, emprende la carrera de Farmacia en la Universidad Central de Madrid, pero en realidad estudia en la finca de su padre y solo viaja a Madrid para examinarse. Termina la carrera en dos años, obtiene la licenciatura y se instala en la capital española para preparar la candidatura al puesto de profesor de Química Orgánica.
En julio de 1936 tiene lugar el golpe de Estado militar (“Alzamiento Nacional”) contra el gobierno del Frente Popular y comienza la guerra civil. Inmediatamente Faustino se presenta como voluntario para ir al frente. Sin embargo, debido a su calidad de químico, el 5º Regimiento, dirigido por el Partido Comunista Español, le encarga la fabricación de armas destinadas a la defensa de Madrid frente a las tropas franquistas. Cuando el 5º Regimiento se convierte en el núcleo de la resistencia de la ciudad, Faustino es responsable de todo el armamento. El conflicto le revela, a modo de una prueba de realidad, la profunda consonancia, tan deseable como posible, entre el pensamiento y la acción. Durante el periodo de la guerra, es herido en dos ocasiones: primero pierde el ojo derecho debido a un sabotaje, y, después, está a punto de perder la mano derecha debido a las heridas que se hace al romper el cristal protector de un extintor para intentar apagar un incendio que se ha declarado en la fábrica de armas. En 1939, al final de la guerra, es encarcelado en Alicante y pasa los quince meses siguientes entre un campo de concentración y la cárcel. Evita ser juzgado -y, sin duda, dados sus antecedentes, ser fusilado- gracias a la intervención de su madre, Elena Bonet, que logra corromper a varios funcionarios franquistas, entre ellos a un juez que rompe su expediente. Después se aísla voluntariamente en Barcelona y saca provecho de la adversidad preparándose, con notable aplicación, a su futuro trabajo científico. Perfecciona el alemán, el inglés, el italiano y las matemáticas. Conjugando el ejercicio lingüístico con la utilidad cultural, traduce la Historia de Roma de Momsen y profundiza en su estudio de la zoología (anatomía, fisiología y embriología). Como el franquismo le ha apartado definitivamente de la enseñanza universitaria, se dedica a buscar el lugar donde pueda ser más eficaz, y se orienta hacia la industria farmacéutica.
En 1941 comienza a trabajar en los laboratorios Zeltia -que se habían creado dos años antes y cuya sede está en Porriño, Pontevedra- bajo la dirección de Fernando Calvet Prats (1906-1988), un joven profesor también separado de su cátedra, del que recibe una excelente formación práctica en química orgánica y bioquímica y junto al que puede dar curso libre a su apasionado interés por la ciencia experimental. Los dos hombres serán amigos hasta el fin de sus días. Sin duda, Calvet siente hacia su antiguo discípulo una admiración a la que se une el asombro. Cordón realiza bajo su dirección una tesis doctoral en la que expone el descubrimiento y la caracterización de una enzima que inactivaba algunas marcas comerciales de insulina. De esa época retendrá la estrecha conexión entre la ciencia experimental y la idea de la evolución como comprensión integradora e histórica de la naturaleza. También mantendrá la convicción, propia de todo pensamiento de cierta envergadura, de que la reducción del saber debido a la hiperespecialización intradisciplinar entorpece el ejercicio correcto de la ciencia experimental limitando el campo de la hipótesis y obstaculizando la percepción unitaria de los procesos naturales.
En 1945, Cordón vuelve a Madrid para trabajar en los laboratorios IBYS (Intituto de Biología Y Sueroterapia), donde sigue trabajando en bioquímica (aislamiento de proteínas), y se adentra en el ámbito de la inmunología. Hasta entonces ha realizado un trabajo clásico de químico orgánico y de bioquímico, pero aún no se ha interrogado en profundidad sobre el estado contemporáneo del conocimiento científico. Más tarde, hablando de esa época, dirá que entonces él no era sino un buen profesional a gusto con la ciencia de su tiempo.
Su orientación hacia la inmunología hará que cambie radicalmente su postura frente a la ciencia establecida. En los laboratorios IBYS, dedicados a poner a punto sueros y vacunas, se enfrenta a un fenómeno común en inmunología, la anafilaxia (sensibilización de un animal a una proteína ajena: la primera inoculación de la proteína no tiene, aparentemente, ningún efecto sobre el sujeto, mientras que una segunda, le provoca un shock, denominado “anafiláctico”, que puede causarle la muerte). No conoce la interpretación comúnmente aceptada de ese fenómeno, y el escaso desarrollo de la inmunología unido a la pobreza bibliográfica de la España de entonces, le incita a elaborar su propia explicación: entre la primera inoculación y la segunda, debe tener lugar, según él, un proceso de multiplicación, bien de toda la proteína entera o de alguna de sus estructuras. Esta interpretación le lleva a pensar que se encuentra ante un fenómeno que no es estrictamente químico (es decir, no estrictamente molecular). Su formación de químico le indica que, en este caso, las proteínas no se comportan como moléculas y el importante hecho de la reproducción del antígeno le hace advertir un fenómeno de naturaleza biológica. Su interés por comparar su propia interpretación con la de la inmunología comúnmente aceptada le lleva a traducir los ocho volúmenes de la obra de síntesis de Robert Doerr, Die Inmmunitätsforsshung. De esa comparación resulta: 1/ que su interpretación de los hechos difiere de la comúnmente admitida; 2/ que todos los hechos de inmunidad interpretados según la teoría aceptada son conciliables con dicha interpretación; 3/ que los hechos no interpretados o mal interpretados por la teoría común (comúnmente aceptada, establecida, convencional) concuerdan con ella; 4/ que, finalmente, lleva a cabo un experimento con cobayas a los que se ha inoculado una toxina tetánica, experimento que pone en evidencia una multiplicación de los determinantes antígenos en el cerebro. La culminación de ese trabajo será la publicación, en 1954, del libro Inmunidad y automultiplicación protéica. En él expone su interpretación, la enfrenta con todos los datos accesibles sobre inmunidad, y analiza las perspectivas que abre en otros campos de la biología.
En 1956, crea, y a partir de entonces dirige, el Departamento de Investigación de IBYS. Su creciente interés en comparar su interpretación y sus consecuencias con las ideas científicas comúnmente aceptadas en ese ámbito, le lleva a traducir al español, para apropiarse de la esencia y poder así discutirlas, las principales obras biológicas extranjeras. Sobre todo, a Ernst Mayr y Theodosius Dobzhansky (del que publicó, en 1955, en su primera versión española, la célebre Genética y el origen de las especies). Parece que es en esta época cuando el concepto de nivel de integración comienza a abrirle el camino hacia la biología. Cordón traduce en 1963 Concepción biológica del cosmos de Ludwig von Bertalanffy, analiza el concepto de nivel acuñado por ese autor, y se da cuenta de sus limitaciones, lo que le obliga a elaborar su propio concepto. De esa conjunción de trabajos experimentales y de investigación teórica surge: 1/ que la proteína (el “protoplasma”) es un nivel intermedio entre la molécula y la célula; y 2/ que es necesario disponer de un concepto de nivel más objetivo y ofrecer un sentido más preciso que el -equivalente a sistema- propuesto por Von Bertalanffy. La total ausencia de una interpretación acorde a la suya obliga a Cordón a buscar él solo la respuesta a las cuestiones que le plantea su reelaboración de ese concepto.
Parece, pues, claro que, en ese estadio de su reflexión y dadas las fases lógicas de su trayectoria -constatación experimental, invalidación de un conocimiento admitido, revisión de las categorías, búsqueda de una adecuación de los conceptos organizadores y redefinición de los mismos-, la necesidad de dotar de un contenido a su concepto de nivel lleva a Cordón a desarrollar el de la unidad en tanto que ser diferente del sistema que constituye su soma, lo que hará concentrando primero su atención en la unidad animal. También está claro que su idea de nivel posee necesariamente un contenido evolutivo: si el animal está constituido por células, éstas por proteínas, y así sucesivamente, parece obligado que el proceso de evolución se haya desarrollado en sentido inverso, de lo más sencillo a lo más complejo. En efecto, dicha idea articula el problema concreto del origen del animal a partir de la evolución del nivel inmediatamente inferior (que es también inmediatamente anterior). Todo ello lleva a Cordón a profundizar en la obra de Darwin. Inmediatamente se da cuenta de la importancia de su pensamiento y, con el respaldo de los progresos más recientes de las ciencias experimentales, se aplica a tratar algunas de las cuestiones que Darwin percibió, pero no resolvió, como la del engendramiento de las formas vivas a partir de un único origen, la de la relación entre lo inorgánico y lo orgánico, la de la caracterización del medio específico o la de la aparición de la primera célula. Todos los conceptos desarrollados en esa época se hallan en su libro Evolución conjunta de sus animales y su medio (1966).
Un trabajo experimental sobre las glándulas gástricas le pone, inesperadamente, ante la respuesta al problema del origen del animal. El estudio de dichas glándulas le lleva, en efecto, a avanzar la idea de que el animal procede de una asociación heterótrofa de células que se están adaptando a un nutrimento de tamaño creciente (constituido por restos no utilizados de otras asociaciones) y que permanecía fuera del alcance de las células aisladas: en otras palabras, un alimento “animal”. De este modo, en la evolución, el soma (asociación de células) precede al animal, y el alimento precede al soma. Consigna el resultado de este trabajo en Origen y evolución de la glándula gástrica (contribución al conocimiento del animal por su origen), obra inédita que parcialmente resumida por Cordón en su prefacio al libro de Antonio Colodrón sobre la medicina córtico-visceral (1966). Parece, pues, que, hasta el momento, el orden de aparición de los conceptos clave de la teoría de Cordón es el siguiente: 1/ el concepto de nivel como diferente del de sistema; 2/ la unidad como característica del nivel, 3/ las grandes etapas de la evolución¸4/ el origen evolutivo de cada nivel (el de la primera unidad de nivel); y, como consecuencia de ello, la naturaleza de cada unidad entendida por su origen.
En 1966, Cordón se va de IBYS y, entre otras ocupaciones, pasa dos largos periodos (entre 1967 y 1969) en la Universidad de Puerto Rico como profesor invitado. En el curso de esos años desarrolla su concepto de “acción y experiencia” como característica fundamental de los seres vivos (es decir, de las unidades de los tres niveles biológicos), concepto que permite ya distinguir entre unidades de nivel y sistemas de unidades, y, en consecuencia, entre una unidad y su soma. Este trabajo se expone en el medio centenar de páginas de un artículo titulado “La experiencia, carácter esencial de los seres vivos”, que publica en Puerto Rico, en la revista La Torre (nº 63, 1969).
A partir de ese momento emprende la sistematización de sus ideas, primero en IBA (Instituto de Biología Aplicada), que crea y dirige en el seno del grupo Huarte de 1967 a 1977 y, después en FIBE (Fundación para la Investigación sobre Biología Evolucionista), también creada por él y que dirigirá desde 1978. Comienza por la generalización de los conceptos desarrollados a propósito del nivel animal, aplicándolos a los otros niveles biológicos. Se consagra a determinar las grandes etapas de la evolución: molecular, protoplásmica (basibiónico), celular y animal. En cada etapa distingue dos fases: el origen de la primera unidad de nivel, y la ulterior evolución del nivel. Restablece por su proceso de origen la irrupción de cada unidad de nivel. Produce el concepto de evolución en homeostasis (es decir, la diferenciación de las unidades constitutivas del soma de una unidad superior en el trascurso de la evolución de esta última en virtud de ventajas selectivas que le son propias). Entre 1970 y 1979, inicia la elaboración de un inmenso Tratado cuya primera parte, dedicada al origen, naturaleza y evolución del nivel protoplásmico (basibiónico) publica en 1979, bajo el título de La alimentación, base de la biología evolucionista.
Entre 1980 y 1999, se dedica al estudio del nivel celular y determina los principios fundamentales de su evolución: 1/ el origen de la primera célula heterótrofa; 2/ la evolución de la célula heterótrofa primitiva (que incluye el desarrollo del metabolismo celular); 3/ el origen de la célula autótrofa 4/ el desarrollo de las células autótrofas; 5/el origen de la célula neo-heterótrofa (el fagocito o célula eucariota); 6/ la evolución de las células neo-heterótrofas, la asociación neo-heterótrofa de células, la asociación pre-animal. Hasta 1990, desarrolla la parte correspondiente al origen y a la
primera etapa de la evolución celular, que forma la segunda parte del Tratado evolucionista de biología, y se publica en dos volúmenes en 1990.
Entre 1990 y 1997, prosigue este trabajo concentrándose en el origen de la célula autótrofa y en las ulteriores etapas de la evolución celular. La tarea que se fija para el futuro es completar las últimas etapas de la evolución celular (el origen de la célula eucariota, la evolución de este tipo de célula -incluyendo el origen del vegetal- la evolución de las asociaciones de neo-heterótrofas y la asociación pre-animal), el origen del animal, su naturaleza a la luz de su origen, su evolución y el origen del Hombre en el seno del nivel animal.
Desde su creación, FIBE se dedica exclusivamente a explicar y profundizar en la teoría de las unidades de nivel de integración sistematizada en el Tratado. De 1979 a 1984 Cordón había trabajado solo, con la única ayuda de su secretaria María Rosa Díaz. En 1984, contrata como colaboradora a su hija Teresa, bióloga, y consigue una subvención de la Comunidad de Madrid. Forma entonces un equipo de cuatro personas, Teresa Cordón, Alberto Rábano (médico), Alfonso Ogáyar (biólogo) y Chomín Cunchillos (biólogo). El equipo funciona hasta 1990, año en el que la Comunidad de Madrid suspende su ayuda obligando a Cordón y a la Fundación a conservar solo dos colaboradores, Teresa Cordón y Chomin Cunchillos. En 1992 vuelve a contar con la subvención, que se mantiene irregularmente hasta 1996.
Teresa Cordón estudió primero las actividades de la membrana celular (difusión, transporte pasivo, transporte activo). Después se dedica a los complejos respiratorios, a los complejos ATPasas y a la coordinación de los primeros con los segundos, y, en definitiva, a la regulación del metabolismo celular. Este trabajo estaba destinado a completar el modelo de unidad celular desarrollado, a partir de su origen, por el propio Faustino y a aplicarlo a una célula con metabolismo desarrollado, así como a la interpretación de la regulación del metabolismo mitocondrial1. Paralelamente, Teresa trabaja sobre algunas implicaciones del modo de surgimiento de la unidad celular en el origen de la unidad animal.
Chomin Cunchillos empieza por consagrarse al estudio de la estructura del citoplasma celular, y, sobre todo, al examen del modo en que se estructuran las vías metabólicas en el seno del soma celular. Durante un tiempo se dedica al análisis crítico de ciertos aspectos teóricos de la enzimología (constante de Michaelis-Menten, “catálisis enzimática”, etcétera) y, luego, al análisis comparado del metabolismo en busca de un primer modelo de desarrollo del metabolismo celular2. A partir de 1991, compagina este trabajo (produciendo en detalle el modelo de desarrollo del metabolismo) con el análisis de las bases teóricas y de los antecedentes de la teoría de las unidades de nivel, al mismo tiempo que expone estas dos vertientes de su investigación en una serie de cursos “Desarrollo filogenéticos del metabolismo celular” (1990, 1993, 1996, 1997) y /“Introducción a la teoría de las unidades de nivel de integración” (1997, 1997).
Mis primeras relaciones con Faustino Cordón se remontan a 1987: Francesco Maria Scudo, un genetista italiano del equipo del Dictionnaire du darwinisme -que entonces se empezaba a realizar- me había comentado ya su admiración por la obra y el pensamiento del bioquímico español, lo que terminó por decidirme a pedir a Cordón que escribiera dos artículos importantes del Dictionnaire, uno sobre la evolución del Hombre y otro sobre citología. El empleo heterodoxo de algunos conceptos (entre ellos el de autotrofismo) en la versión original de uno de esos artículos me sorprendió y me llevó a escribir a Cordón para pedirle que me los explicara. Su respuesta fue tan esclarecedora que, además de satisfacer mi curiosidad, de poner fin a mi incomprensión y de atenuar mi inquietud, me hizo darme cuenta de los límites de algunos de nuestros conceptos más comunes en biología. Simultáneamente, comprendí que la heterodoxia de Cordón poseía una coherencia que yo no hallaba en la ortodoxia y que continuar conversando con él exigía penetrar en un universo lógico, metodológico y terminológico nuevo, una de cuyas características más asombrosas era que bajo unas palabras antiguas -algunas de las cuales parecían muy marcadas por la herencia zoológica transformista de finales del siglo XIX- se operaba en realidad una auténtica revolución conceptual. Este fue el comienzo de una correspondencia que duró hasta la primera visita de Faustino a Montjoire, en Alto Garona, con ocasión de un encuentro científico y amistoso que organicé en 1990 con el objetivo de conversar con algunos de los responsables internacionales del Dictionnaire. Cordón me inspiraba ya una evidente simpatía debido a su excepcional dimensión humana y a la fascinante originalidad de su pensamiento, con independencia de su trabajo científico. Pero tres medias jornadas de conversaciones en Montjoire hicieron que me diera cuenta de su envergadura. Recuerdo que, en el curso de esas entrevistas, sin medir mi escepticismo, reaccionaba como historiador de la biología y técnico del análisis del discurso, hallando en los términos de Faustino las huellas de un enfoque del ser vivo que yo había estudiado ampliamente en algunos epígonos prestigiosos pero discutibles de Darwin. Me di cuenta de que el vocabulario constituía una pantalla, así como un indicio. Cada vez que yo subrayaba una eventual analogía de los conceptos bajo la identidad de las palabras me encontraba con una negación, y después con una explicación que me hacía ver que, desde hacía tiempo, Cordón ya no estaba -si es que alguna vez lo había estado- apegado a las coyunturas frágiles de los primeros discípulos europeos de Darwin sobre el origen de la vida, por ejemplo, aunque conociese globalmente su contenido, así como las escorias ideológicas del evolucionismo vulgar. La docta fundamentación bioquímica de las propuestas aparentemente límpidas de Faustino sobre la naturaleza del ser vivo producía auténtico vértigo. De esas primeras conversaciones quedó, fijada en mi memoria como lo opuesto a la banalidad, la definición que da Faustino del ser vivo como “focos de acción y de experiencia”, indisociable de esa otra idea que exige que cada uno de esos focos -proteína, célula, animal- solo se puedan definir por la unidad que encarna, unidad que, evidentemente, es posible analizar por sus componentes, pero no reducirla a ellos, y que no podría distinguirse de un quantum correspondiente de consciencia, término alejado en este caso de todo “antropomorfismo” ingenuo, y claramente articulado en una perspectiva de evolución biológica a la que me había acostumbrado una larga frecuentación del texto darwiniano. Darwin también sabía, en efecto, que el único conocimiento que poseemos del fenómeno de consciencia descansa en la aprehensión directa de la nuestra, y que el hecho de reconocer una consciencia, por ejemplo, a un animal inferior no es en absoluto una proyección incorrecta, sino, por el contrario, una obligación ligada a la lógica misma del transformismo. La comprensión de lo que hoy parece evidente -el hecho de la existencia de una consciencia animal y de grados en su desarrollo, atestado por innumerables observaciones etológicas- sigue entorpecida por la persistente imposición de convicciones teológicas interesadas en reservar para el Hombre el privilegio de conocerse y decidir la acción que conviene emprender de acuerdo con una capacidad de elegir -una “libertad”- de la que estarían privados los otros representantes del nivel animal, siendo que, en la perspectiva científica de la filogenia, esta “libertad” no existiría sin los primordios que han permitido construir su historia evolutiva, es decir, construirla ella misma hasta su estado actual. La historia natural de la consciencia y de la autonomía es una historia animal, y exige estar precedida filogenéticamente de una historia celular (de ahí la necesaria existencia de una consciencia celular) que tampoco puede prescindir de un primordio en el seno de un nivel anterior, etcétera. El comportamiento de un fagocito, por ejemplo, que capta su alimento en su medio trófico, después regula su segunda captación en función de la diferencia sentida entre lo que se esperaba del primer movimiento y lo que ha recibido en realidad, es la ilustración sencilla de la existencia de una conciencia celular, con la única condición de redefinir, como yo he hecho, la consciencia del mismo modo que lo hizo Darwin para algunas de sus manifestaciones humanas “desde el punto de vista de la historia natural”.
La teoría de las unidades de nivel de integración3, sobre la que yo profundizaría más tarde, me parecía entonces como ligada por una relación de coincidencia histórica a cierta vulgarización de los conceptos de holismo y de emergencia, bastante poco descriptivos de los procesos que intentaban designar, y portadores muy frecuentemente de representaciones finalistas parasitarias o asumidas que eran, en ambos casos, improcedentes. La versión que proponía Cordón parecía, intuitivamente, mucho más completa, desembarazada de consideraciones “filosóficas” entorpecedoras y que no retrocedía ante la obligación científica de explicar materialmente lo que, para el resto de los teóricos, seguía siendo un misterio, unas veces reconocido como y otras simplemente eludido mediante explicaciones mecanicistas: el proceso bioquímico del “surgimiento” de una unidad viva de nivel superior a partir de una asociación de unidades de nivel directamente inferior pasaba a ser, así, su soma. Su teoría del surgimiento era, pues, más difícil de entender (por ser coextensiva de una epistemología que implica la redefinición drástica de conceptos considerados fundamentales) y, a la vez, más consistente (por poseer una fuerte base experimental) que la simple evocación de la noción de surgimiento de Mayr, que, en realidad, se reduce a poner una etiqueta a un proceso postulado como existente pero que sigue siendo aún impenetrable.
Durante esa estancia en la colina de Montjoire, Faustino me pidió, para gran sorpresa mía, que me encargara de difundir sus ideas en Francia. Como apenas estaba familiarizado con la bioquímica expresé mis dudas sobre mi capacidad de responder a su petición, unas reservas que descartó sonriendo, contentándose con asegurarme que un bioquímico de oficio formado en la escuela clásica tendría sin duda que vencer más dificultades que las que yo temía tener para comprender su teoría. Sin embargo, yo sabía que uno de los hándicaps más importantes a los que se enfrentaría la explicación de su biología era la de su vocabulario que, con toda seguridad, sugeriría a los biólogos franceses, impregnados de la “modernidad” anglosajona, que no era sino la recuperación, con cierto tufo a autoaprendizaje, de unos conceptos ampliamente “superados”. Es decir, la teoría de las unidades de nivel de integración corría el riesgo de ser considerada por el conjunto de los biólogos del mismo modo que la lingüística de Gustave Gillaume en el momento de la hegemonía casi planetaria de la gramática generativa.
Hubo otra entrevista en Montjoire en la primavera de 1991, tras el Congreso internacional “Darwinismo y Sociedad”. En él intervino Cordón con una comunicación, que yo traduje y presenté, de carácter muy pedagógico en la que exponía, por primera vez en Francia, las líneas de fuerza de su teoría biológica. Pero fue en 1993, con motivo de una primera visita de tres días a Madrid en la que trabajé con Faustino, Teresa y Chomin en la Fundación, cuando comprendí las causas de esa curiosa elección de mí como mediador explicativo. Cordón me contó una noche los preliminares de nuestro encuentro de un modo totalmente diferente al que yo he relatado más arriba evocando a nuestro intermediario italiano. Uno de los hermanos del biólogo, que había traducido durante largos años obras científicas del francés al español le llevó un día uno de mis libros, aquel en el que, en 1983, recuperé la gran lógica de la antropología darwiniana creando el concepto de “efecto reversivo”: La Pensée hierarchique et l’evolution. Fue la lectura de ese libro la que le decidió. Aún necesité cierto tiempo para entrever qué era lo que, de mi práctica de la historia de las ciencias y la epistemología que en ella se arraiga, había desencadenado un interés tan agudo y, aparentemente, tan definitivo. Mi hipótesis es que el concepto de efecto reversivo de la evolución4, designa también, de un modo que se podría considerar dialéctico5, un fenómeno de surgimiento evolutivo a nivel del humano y que, en una medida que solo Cordón podía precisar, yo había escrito sin saberlo una continuación coherente de su obra o, al menos, producido unos elementos de teorización susceptibles de inscribirse en la parte final de su programa. Esas dos líneas se unían en el horizonte del gran proyecto de la Fundación, y la referencia matricial a Darwin se adaptaba tanto en una como en otra -pero en el seno de “ámbitos” tradicionalmente diferenciados-, de desarrollos homólogos. Ahora teníamos, como hubiera podido decir Darwin en 1876 cuando recordaba su vida y se volvía a ver en el umbral de su mayor descubrimiento teórico tras haberse apropiado del modelo de Malthus, una teoría que nos permitía trabajar. Una teoría que se inscribía en la descendencia del pensamiento darwinista de la evolución enriqueciéndola con los datos procedentes de la biología del siglo XX. Una teoría que respondía en profundidad a las exigencias fundamentales de materialismo científico, y que irreversiblemente distinguía entre el buen y el mal uso de las interpretaciones mecanicistas del ser vivo. Una teoría que permitía pensar de un modo nuevo sobre la producción misma de la novedad evolutiva y de la conciencia del ser vivo en el seno de un universo de conceptos en los que la comprensión de la complejidad avanzaba siguiendo el orden de su génesis, sin caer ni en el reduccionismo teórico burdo ni en su reverso -o en la consecuencia regular de su impotencia-, el dualismo.
Los años que siguieron a 1997 se emplearon en mantener el compromiso adquirido con Faustino Cordón. Fue con ese fin con el que durante el Congreso internacional “Pour Darwin” que había tenido lugar ese año en Romainville, organicé el encuentro entre Chomin Cunchillos y Guillaume Lencointre, un experto en sistemática cladística del Museo de Historia Natural, encuentro que desembocó, como yo esperaba, en una colaboración destinada a evaluar el modelo cordoniano de evolución del metabolismo celular mediante las técnicas de la sistemática filogenética6. La confirmación del modelo fue muy larga, objeto de publicaciones internacionales y de un artículo publicado en 2002 en la revista Comptes rendus de la Academia de Ciencias de París7, que le dedicó la portada.
Mientras Teresa Cordón se dedicaba a FIBE y a divulgar la obra de su padre en internet, Chomin Cuchillos a dar forma a Les voies de l’émergence. Introduction à la théorie des unités de niveau d’intégration), en la que, durante su redacción, con frecuencia interrumpida por otras exigencias, yo solo intervine en la tutela epistemológica -incluyendo algunas intervenciones relacionadas con la historia de las ciencias, las religiones y la filosofía occidental-, la revisión de conceptos, la traducción al francés y, en último lugar, la actualización bibliográfica y las últimas revisiones, estas últimas con la ayuda de nuestros amigos los profesores Yannik Andéol, Guy Hervé y Guillaume Lecointre. La desaparición de Cordón en 1999, que él mismo había pronosticado con una lucidez y serenidad admirables, nos privó de sus respuestas directas a una serie de preguntas que aún nos hacemos. El trabajo de presentación, de explicación y de interpretación teórica de la obra de Cordón ha sido realizado -y enriquecido con aportes personales- por Chomin Cunchillos con el máximo cuidado, fidelidad y didactismo posibles en semejante caso. Ninguno de nosotros habría sido capaz de semejante penetración y claridad. De este modo, según deseaba Don Faustino y a través de una obra ahora compartida, la vida “continúa”, como se suele decir cuando se apaga la voz de los que nos han hecho amarla.
Véase las secciones 8.3 y 8.5 de la segunda parte del Tratado. ↩
Véase la sección 8.4 de la segunda parte del Tratado. ↩
Durante una jornada de trabajo preparatoria del Congreso internacional “Pour Darwin” de 1997 fue cuando propuse a Teresa Cordón y Chomin Cunchillos ese nombre concreto para la teoría, que es el que se adoptó. En nuestras conversaciones en Madrid Faustino hablaba normalmente mediante la abreviación de “teoría de los niveles”. Sin embargo, en sus últimos escritos introdujo la expresión de “teoría de las unidades de integración de niveles sucesivos”, muy rigurosa, pero demasiado tardía como para sustituir eficazmente a la que aparecía en el conjunto de su obra. ↩
En Darwin (La filiación del Hombre, 1871), la selección de los instintos sociales y de las capacidades racionales en el seno de la humanidad produce la “civilización”, cuya característica emergente principal es la de oponerse a la ley de eliminación de los menos aptos que, sin embargo, presidió el advenimiento de su éxito evolutivo. ↩
La inflación de este término durante determinado periodo es en parte la causa de su actual relegación, aunque, sin embargo, es el resultado de masivas amalgamas ilegítimas entre el marxismo y la dogmática estaliniana. Creo poder predecir hoy que un uso descriptivo, ponderado y profundo de esta noción filosófica procedente de Hegel y retomada por las ciencias del ser vivo podrá pronto, teniendo en cuenta una necesaria transmutación, reinstruir algunas franjas de la reflexión teórica aplicada a la comprensión de los fenómenos denominados de “surgimiento” que corresponden de modo asombroso al esquema del Aufhebung, así como a su contenido semántico. ↩
Fue uno de los casos, quizá menos raros de lo que se cree comúnmente, en el que una mediación epistemológica ha sido útil a la ciencia. ↩
Los trabajos de Cunchillos y Lecointre (2000, 2002, 2005 y 2007) confirman aspectos importantes de lo que predijo Cordón. Las dos ramas del ciclo de Krebs se desarrollan a partir del metabolismo de los aminoácidos aspártico y glutámico. El metabolismo de los ácidos grasos y el de los monosacáridos se desarrolló después del desarrollo completo del metabolismo de los aminoácidos de los grupos I y II, y están asociados con el anabolismo de los aminoácidos de los grupos III y IV. El metabolismo de los azúcares surge de las vías de síntesis de los ácidos aminos del grupo III, los ciclos de las pentosas y de Calvin aparecen más tarde que la glucólisis y la glucogénesis, exactamente como había anunciado Cordón (1990). Existen otros enunciados de Cordón que esos trabajos ni confirman ni invalidad, como por ejemplo la anterioridad del cierre del ciclo de Krebs respecto al desarrollo final de la glucólisis. Sin embargo, según Cunchillos y Lecointre (2005), “la disponibilidad de glucosa en el seno de los medios abióticos primitivos es mucho más especulativa que la de los aminoácidos (Cunchillos y Lecointre, 2000, 2002). Por esa razón, dado que el ciclo de Krebs procede de los metabolismos de ácidos aminos de los grupos III y IV, la hipótesis [de Cordón] de que el ciclo de Krebs aparece antes que la glucogénesis es mucho más probable”.
Así, según estos autores (2005), “las presentes inferencias corroboran parcialmente el escenario de Cordón lo que, después de todo, no es nada sorprendente ya que se basan únicamente en la anatomía comparada de las vías metabólicas, mientras Cordón incorporaba un gran número de datos biológicos. Es muy interesante observar que este escenario se integraba en una concepción sin ADN, coherente y muy documentada, de la selección natural de la especificidad enzimática, que conduce a la evolución del metabolismo por selección natural de proteínas sin ningún almacenamiento de información ADN. Es una de las razones por las cuales el presente trabajo no tiene nada que ver con las teorías del almacenamiento previo de la información: en el escenario de Cordón, ese almacenamiento no era necesario. Respecto al almacenamiento de información en los ácidos nucleicos, conviene subrayar que los compuestos implicados en las vías aquí estudiadas son elementos fundamentales para la construcción de ácidos nucleicos de origen metabólico. En consecuencia, esos ácidos nucleicos aparecieron más tarde que las vías. Así, purinas y pirimidinas biológicas son los productos de varias moléculas secundarias y ya complejas; jamás son sistematizadas completamente de novo en las células, sino a partir de metabolismos preexistentes como la ribosa y los aminoácidos. Desde el punto de vista evolutivo, aquí se comparan los compuestos químicos más tardíos que todas las vías metabólicas. La cuestión de si habría habido ADNs o ARNs de origen no metabólico codificando “información” para las actividades enzimáticas que hemos estudiado, permanecerá aquí sin respuesta. El escenario cordoniano de la aparición de la complejidad y de la especificidad de la proteína enzimática por selección natural, sin evocación del almacenamiento de “información” ADN/ARN es más parsimonioso que las explicaciones que requieren tal almacenamiento”. ↩