(Resumen de nota inédita de Faustino Cordón, con breve comentario de FIBE)
La ciencia empírica se transforma en ciencia experimental cuando el hombre aprende a analizar los resultados de su actividad sobre los procesos naturales para comprenderlos mejor. El científico realiza el análisis de los datos experimentales de dos modos complementarios: 1) inmovilizando todas las variables que influyen sobre una experimentación para descubrir dos que se coordinen cuantitativamente, y 2) acortando en lo posible el momento de comenzar a medir los valores de estas dos variables. De esta manera la ciencia experimental hace abstracción de la actividad humana y establece relaciones entre causas y efectos cuantificables –predecibles matemáticamente-.
El desarrollo de la ciencia experimental ha tenido dos consecuencias esenciales para la comprensión de la naturaleza: en primer lugar, el descubrimiento de la coherencia de la realidad que posibilita referir un proceso real en términos de otros procesos reales y, en segundo lugar, el descubrimiento de que lo aparentemente continuo está constituido por unidades de distinto nivel (partículas subatómicas, átomos, moléculas, y -entre los seres vivos- proteínas, células y animales) porque sólo entre las unidades de cada nivel (entre unidades homogéneas) se pueden establecer relaciones cuantificables, expresables por relaciones matemáticas.
El descubrimiento, en el siglo XIX, de los átomos químicos no sólo refuerza la atención de los científicos experimentales hacia el interior de sus objetos de conocimiento (cuando este estudio podría haberse completado con el de la historia y el del entorno del objeto, sugeridos por el historicismo y el evolucionismo que nacen coetáneamente), sino que determina un cambio de sentido en la investigación de la relación entre el objeto de conocimiento y las partículas de que consta. De intentar, al modo aristotélico, comprender el proceso de lo interno del que surge algo (sobre todo en los seres vivos) en términos de lo que ese algo nos parece ser, se pasa a buscar la clave de un ser en el conocimiento de las partículas más pequeñas estables de que consta. Paradójicamente esto se hace cuando en la ciencia se imponen dos convicciones que privan al "átomo" de su carácter de unidad absoluta, eterna, de materia: 1) hacia 1860 se distingue entre unidades de dos niveles, los átomos mismos y las moléculas, que constan de átomos y que se definen por sus reacciones químicas específicas por las que se transforman unas en otras (en las que no cambian sus átomos); y 2) hacia 1900 se descubre que, a su vez, los átomos constan de partículas subatómicas, de contado número de especies, y que ellos mismos pueden transformarse unos en otros con emisión o captación de partículas.
Si pasamos a considerar la biología, los taxonomistas del siglo XVIII emprenden el trabajo empírico -iniciado por Aristóteles- de describir las especies animales y vegetales y de clasificarlas en sistemas separados. La clasificación de los animales termina imponiendo un sistema objetivo (sin alternativas) en el que los caracteres se subordinan de modo tan claro que constituyen la prueba esencial de que los animales se han ido diferenciando en especies en el proceso de evolución de ellos y de sus correspondientes ambientes específicos, concepto de evolución de los animales que, en 1859, acaba imponiendo Darwin con su obra El origen de las especies por selección natural.
Por esta época, coincidiendo también con la diferenciación de la molécula y el átomo, Virchow establece con rigor el concepto de célula como ser vivo. Afirma la comunidad de la naturaleza de las células animales y vegetales, y que toda célula procede de otra célula. Pero también este científico asevera que la célula es la unidad de vida, con un prejuicio, por decirlo así, atomista: para él la célula es la unidad absoluta de vida (el "átomo" de la vida). En contra de la evidencia que hasta entonces había inducido a relacionar el concepto de vida con los animales, Virchow pasa a considerar a los animales como meras asociaciones reproducibles de células (lo que realmente parecen ser los vegetales) y, además, de modo implícito -y comprensible por el estado de conocimientos sobre la célula de la época- incurre en un reduccionismo más al dar por sentado que entre la molécula y la célula no hay otro tipo de ser vivo.
Cada ciencia experimental moderna, incluida la biología, sabe que la unidad que estudia está constituida por unidades inferiores que son las que realmente examina analíticamente y, de este modo, elude explicar en qué radica la individualidad de la unidad que supuestamente interpreta. Ahora bien, mientras el científico no se enfrente a la cuestión de en qué reside la individualidad del tipo de unidad que estudia -cómo de un conjunto de unidades resulta una unidad cualitativamente superior- en la base de las ciencias experimentales modernas, incluida la biología, seguirá subyaciendo el concepto clásico de "átomo" en contradicción interna con lo hechos que se han ido descubriendo de que cualquier unidad conocida consta de otras unidades más sencillas, y éstas de otras más simples.
Y así, las ramas de la biología que nacieron en el siglo XX (la bioquímica y la genética -que confluyen en la biología molecular-, la inmunología, etc.) han progresado sumidas en las contradicciones de la ciencia experimental, impulsadas por el desarrollo tecnológico pero no por el interpretativo y, en consecuencia, han dado lugar a campos de investigación aislados entre sí, con frecuencia incompatibles entre ellos o con alguna rama de la biología anterior (por ejemplo la genética y la embriología), y han acumulado una gran cantidad de observaciones empíricas pero carentes de explicación satisfactoria.
Así pues, a mediados del siglo XX la ciencia experimental ya ha diferenciado unidades de distintos niveles: partículas subatómicas, átomos, moléculas, abundantes datos sobre las proteínas, las células y animales. Y la acumulación de datos adquiridos sobre cada tipo de unidad impone -con más apremio a medida que pasa el tiempo- la necesidad de cambiar el punto de vista de la ciencia, desde la relación cuantificable entre unidades de un mismo nivel, hacia la relación entre unidades de dos nivel sucesivos.
En lo que respecta a la biología, las unidades objeto de su estudio tienen una particularidad que conviene señalar. La evolución de los niveles inorgánicos -dirigida por la molécula en la Tierra- se mantiene en un equilibrio estable a escala de la evolución biológica, ya que la evolución de los niveles atómico y subatómicos se iniciaron y siguen produciéndose en ámbitos del Universo que rebasan el de la evolución terrestre; en cambio, la evolución biológica se distingue porque en el pequeño ámbito molecular de la superficie terrestre se han ido originando sucesivamente seres vivos de tres niveles, la proteína, la célula y el animal, que hoy coexisten con la base molecular común a todos ellos. Así, el estudio de la proteína, la célula y el animal imponen de un modo especialmente inmediato la necesidad de interpretar como ha surgido cada tipo de ser vivo, enfrentado a su ambiente, desde el conjunto de los seres vivos de nivel inferior que constituyen su soma, en el proceso de la evolución de la biosfera.
Abordar la cuestión de cómo desde un soma surge una unidad (experiencia) al modo científico sorprende al biólogo por el prejuicio extendido de que en sí este tema no es científico, de que está, por esencia, fuera del alcance de la ciencia. Ahora bien, la coherencia evolutiva de la realidad excluye que pueda existir un fenómeno o proceso real que no haya que remitir a otro fenómeno o proceso de ella; de esto no puede hacer excepción la acción y experiencia que caracterizan a la unidades biológicas, procesos de cuya existencia real tenemos noticia inequívoca por nuestra experiencia individual como unidades de nivel animal que somos. La aseveración equívoca de que es imposible explicar científicamente la cuestión de cómo surge una unidad (experiencia) capaz de gobernar su ambiente, desde su soma, no debe atribuirse al carácter irreal del problema sino a la dificultad de aplicar para su solución una teoría y un método que ordene e interprete adecuadamente los datos empíricos y experimentales que las diferentes ramas de las ciencias experimentales biológicas han ido obteniendo.
En 1980 F. Cordón ya tiene convicciones propias muy firmes sobre su concepto de unidad, el de unidad de integración, que se opone frontalmente al concepto clásico de "átomo", y un orden de conceptos que permite reconstruir, a partir de los datos actuales, el proceso del origen filogénico de una unidad de integración, proceso que ha de explicar además cómo, desde entonces, ella surge, en su ontogénesis y en cada instante de su vida, desde las unidades de nivel inferior de su soma.
Para el autor el proceso de origen de cada unidad de nivel se produce del mismo modo en la filogenia, en la ontogenia e instante a instante, y en esta época ha razonado un modelo detallado de unidad de integración que explica:
1) el surgimiento de una unidad en la filogenia, a partir de una asociación evolucionada de unidades de nivel inferior, y cómo y por qué ventajas selectivas esta unidad evoluciona frente a su ambiente, en sucesivas etapas filogénicas;
2) el surgimiento de una unidad en su ontogenia, y cómo se producen los cambios de ésta en su desarrollo ontogénico hasta su muerte;
3) ambos procesos filogénico y ontogénico de cada tipo de unidad los interpreta a partir de un único modelo de cómo en cada instante surge, pulsátilmente, una unidad (experiencia) que percibe directamente su ambiente, a partir de la actividad del conjunto de las unidades del nivel inferior que constituyen su soma
Tratar de resumir con rigor el concepto de unidad de integración que F. Cordón ha razonado a lo largo de cincuenta años de trabajo intenso en biología, apoyado en su firme base de químico experimental, resultaría un intento desacertado por defectuoso, ya que sintetizar su teoría sin tergiversarla nos parece tarea imposible y por tanto inconveniente. Las introducciones a su trabajo aquí expuestas, aunque continuamente nos obligan a presentar algunos de sus conceptos básicos de modo sucinto, no tienen en modo alguno el propósito de ofrecer un resumen de su teoría biológica sino sólo orientar, lo mejor posible, a los lectores interesados hacia la consulta de sus principales trabajos originales.