Rafael Jerez Mir
Esta biografía de Faustino Cordón Bonet (1909-1919), elaborada a partir de un texto base de su hija Elena Cordón por Elvira de Miguel tras dos años largos de investigación, se centra en el hombre y el científico. Así, en los cinco primeros capítulos se va descubriendo la intimidad del hombre, poniendo sucesivamente el foco en las diversas “fuentes del propio carácter. Se trataría de evocar a los padres, abuelos y hermanos; los amigos de la infancia y la adolescencia; los camaradas de la apasionada vida política juvenil, que nos permitió vivir con lúcida intensidad la epopeya de nuestra guerra; la mujer que… ha polarizado mi vida afectiva y la familia que hemos construido”1, para concluir con su formación como un químico orgánico riguroso, bajo la dirección de Fernando Calvet Prats, en los laboratorios Zeltia, de Porriño, tras verse forzado al exilio interior desde su salida de la cárcel en 1940. Lo que se completa en el resto del libro con la atención especial a su vida profesional y científica posterior, enriqueciendo ese conocimiento previo del hombre con nuevas, notas, cartas y otros textos inéditos, convenientemente contextualizados con los apuntes sociohistóricos oportunos de Elvira de Miguel.
Por lo demás, la publicación del libro parece una coyuntura intelectual idónea para auspiciar la difusión aquí y ahora de la obra del biólogo español y la discusión social de su significación cultural con todos los medios posibles. Contribuir a esa tarea es el objetivo de este prólogo, con centro en los fundamentos epistemológicos de la obra científica de F. Cordón y en su contribución a la biología evolucionista; esto último, siguiendo el hilo bibliográfico de la trayectoria del biólogo y de sus reflexiones autobiográficas sobre la sociedad, la ciencia y la educación entre 1945 y 1999, con una atención especial final al origen, naturaleza y evolución del hombre, como tema culminante de la biología evolucionista.
«La ciencia experimental no es, en resumidas cuentas, sino el modo humano, conscientemente aplicado de avanzar en el dominio de la naturaleza, actuar mediante técnicas adecuadas sobre ella conforme a una hipótesis de trabajo meditada, observar objetivamente los resultados alcanzados y deducir conclusiones de algún valor teórico o práctico; (…); esto es, la ciencia evolucionista (la ciencia que persigue una comprensión integradora e histórica de la naturaleza) no se opone ni es una alternativa a la ciencia experimental, sino que ésta es más bien la base insoslayable, la condición misma, actual y futura del pensamiento evolucionista»2.
En principio y con palabras del propio Faustino Cordón, «el hombre de ciencia no persigue el dato en sí, sino la significación del dato para el progreso del pensamiento. No persigue meramente conocimiento nuevo, sino conocimiento capaz de impulsar el conocimiento»3. Esquemáticamente, pueden distinguirse tres tipos de conocimiento en el desarrollo de la ciencia: empírico, experimental y evolucionista. No son tres modos radicalmente distintos de entender la realidad, ni tampoco tres perspectivas parciales de la verdad, sino tres grados de profundización creciente en la problemática científica estrechamente interrelacionadas entre sí. Hasta tal punto, que «no hay otro modo preciso de conocer que tejer incesantemente conocimiento empírico conforme a las leyes de éste, conocimiento experimental sobre la base del conocimiento empírico previo y, por último, conocimiento evolucionista sobre la base experimental adquirida. Ahora bien, el provecho práctico –el rendimiento– en los distintos grados del conocimiento resulta de una eficacia incalculablemente mayor cuando el trabajo que en ellos se cumple va conducido por un grado mayor de profundidad»4. De hecho, «un problema resuelto desde el punto de vista experimental lo está también necesariamente también desde el punto de vista empírico, y un problema resuelto desde el punto de vista evolucionista lo está, a mayor abundamiento, desde el punto de vista experimental y empírico. En cambio, naturalmente, el conocimiento empírico no abarca el conocimiento experimental ni éste el conocimiento evolucionista»5.
La ciencia se desarrolla históricamente en función de la profundidad que se exige al conocimiento científico, y ésta depende a su vez del grado de comprensión de la actividad humana, de las leyes generales de la realidad objetiva y de la interacción entre el pensamiento y la realidad.
La ciencia empírica surge cuando la acumulación de los conocimientos humanos con valor empírico se intensifica hasta tal punto que hay que constituir una profesión especializada en su sistematización. Desde entonces, el científico empírico recoge y ordena de modo sistemático las observaciones relativas a la repetición espontánea o artificial de los fenómenos, que en gran parte resultan de la propia actividad humana. Ahora bien, al hacer y confirmar una observación, el científico empírico percibe el acto subjetivo de su pensamiento pero no el proceso del pensamiento, y de ahí que lo atribuya a una cualidad “mágica” de su propia mente. Además, vincula cada observación a un determinado proceso, pero no percibe el proceso objetivo de la realidad, y, en lugar de explicar cada proceso concreto en términos del resto de la realidad, lo considera también como una cualidad sustantiva de un determinado ser. Sin embargo, con el rigor y la riqueza creciente de sus observaciones –con la necesidad consiguiente de una clasificación cada vez más objetiva de los procesos y los seres, con el hallazgo de un gran número de consecuencias prácticas previsibles y crecientemente complejas, diversas y determinadas por el hombre, y con el descubrimiento de la regularidad natural en general–, la problemática del científico acaba elevándose al nivel de la ciencia experimental y se alcanza una concepción más objetiva del proceso del pensamiento y del proceso de la realidad.
El científico experimental constata una y otra vez que la realidad objetiva consiste en una compleja interacción de innumerables procesos, en los que las mismas causas producen los mismos efectos, y acaba encontrando un método general para impulsar conscientemente el proceso del pensamiento. Aísla analíticamente aspectos parciales del proceso integrado de la realidad mediante la aplicación de la acción humana para inmovilizar artificialmente, en lo posible, una parte de los factores de la realidad que influyen sobre un determinado proceso con el fin de correlacionar el resto, modificándolo mensurablemente, con el curso de ese mismo proceso. Pero, con ese método experimental, alcanza también una concepción más profunda del pensamiento y de la realidad. El científico experimental es consciente del proceso del pensamiento, puesto que no busca la acumulación de datos aislados, como el científico empírico, sino su integración en leyes crecientemente complejas, que permitan producir hechos no observados. Sabe, también que el método experimental tiene un fundamento objetivo, porque el pensamiento resulta de la actividad humana y porque coordina nueva actividad humana, por esa misma razón. Y abandona, por tanto, la visión de la realidad como una suma inconexa de seres portadores de virtudes o cualidades intrínsecas, al explicar cada ser en términos del proceso conjunto de su ámbito particular (e, indirectamente, en términos del proceso conjunto de la realidad).
Durante los últimos cuatrocientos cincuenta años, tanto la ciencia descriptiva como la ciencia experimental y teórica, han avanzado extraordinariamente, coincidiendo, por cierto y muy significativamente, con el desarrollo de la organización técnica e industrial de la actividad productiva y del medio biológico del hombre en general y con la institucionalización y la complejización crecientes de la actividad científica especializada, en particular. De ahí que el carácter (progresivamente descriptible, clasificable y modificable con previsión por la actividad humana) de los objetos y/o procesos naturales en la biosfera (y en el universo en torno) se hayan ido imponiendo como una gran idea directriz en la conciencia del hombre moderno. Tanto más, cuanto que esos cuatrocientos cincuenta años de ciencia empírica y experimental se han materializado, ante todo, en dos logros culturales fundamentales y paralelos: una gran ordenación teórica de la naturaleza; y la diferenciación objetiva de las grandes ciencias actuales en función de su objeto de conocimiento (inasimilable al de las demás), de sus métodos experimentales y su sistema teórico particulares, y de su definición científico-experimental, tras un primer período de desarrollo confuso.
Este desarrollo de la ciencia empírica y experimental, junto con el descubrimiento consiguiente de la estructuración estratificada y coherente de la naturaleza, está, por tanto, en el origen de las ciencias físico-químicas de lo inorgánico (moléculas, átomos y partículas atómicas) y de las ciencias biológicas de lo orgánico (animales, células y agentes biológicos infra-celulares), ciencias que estudian los grandes tipos de objetos y/o procesos que parecen constituir los diversos niveles de integración energético-material de lo real. Y lo hacen, además, desde una perspectiva epistemológica determinada, interpretando las entidades constitutivas de cada uno de esos diversos niveles a partir de tres supuestos explicativos fundamentales: 1/ el modo como responden a la interferencia práctica y fenoménica de la actividad humana; 2/ su capacidad de actuar regular y reversiblemente las unas sobre las otras (las transformaciones e influencia recíprocas de un mismo nivel), como fundamento a su vez de la posibilidad de descubrir leyes peculiares, cuantificables y exclusivas de cada tipo básico de la realidad, y de su gobierno técnico-científico-experimental por parte del hombre; y 3/ la resolución analítica de las entidades de cada nivel en función de los sistemas de unidades del nivel inmediato inferior que parecen constituir sus partes constituyentes. Esto es: la búsqueda de las causas de las cosas en la intimidad más inmediata de su estructura interna. Por ejemplo: la explicación del animal por un sistema de células; la de la molécula por un sistema de átomos; la del átomo por un sistema de partículas atómicas; y así.
Por tanto, las grandes ciencias experimentales han reunido los numerosos conocimientos concretos, descriptivos y taxonómicos que el hombre ha ido acumulando desde su origen en leyes y teorías que permiten prever resultados, constituyendo así sendos cuerpos de doctrina científica, ciertamente rigurosos, pero también esencialmente invertebrados y ahistóricos. Y esto por diversas razones. Ante todo, porque la ciencia experimental estudia siempre lo particular en tanto que particular. En segundo lugar, porque, aunque el hombre tiene indirectamente noticia de la unidad esencial de todo agente animal por los órganos de los sentidos y una doble experiencia, espontánea y reflexiva, de la unidad histórica de sí mismo como agente vivo (como animal político o cultural), la biología dominante ha venido ignorando esa unidad esencial de todo ser vivo, al interpretar al animal como puro resultado de la actividad celular (y no como una unidad superior de ser vivo, capaz de gobernar orgánicamente y a su modo la actividad celular) y al considerar la célula como puro resultado de la actividad molecular, reduciendo así en la práctica la problemática y las soluciones teóricas de la biología a las de la química y las grandes ciencias experimentales de lo inorgánico en general. Esto es: a un tipo de conocimiento forzosamente indirecto, al estar esencialmente mediado por la limitación de los propios sentidos humanos, por la inevitablemente mayor complejidad de las abstracciones teóricas y del instrumental experimental, y por la interferencia objetiva y sistemática de la acción humana sobre los procesos de lo inorgánico.
Por lo demás, en las últimas décadas, la naturaleza ineludiblemente fragmentaria, fragmentadora y ahistórica de los conocimientos científico-experimentales se ha acentuado extraordinariamente en razón de consecuencia de la superespecialización objetiva y creciente de la organización social de la ciencia experimental, y de la supervaloración interesada y fetichista de las técnicas y la sofisticación de los aparatos y del instrumental experimentales en detrimento del estudio integrador de la tradición científica del propio campo, de la formulación clara de las tareas y problemas, del planteamiento reflexivo del experimento y de la valoración objetiva de los conocimientos que se van ganando, por parte de los propios especialistas y por el pensamiento dominante en general.
La formación del científico experimental exige fundamentalmente aprender a experimentar con rigor, dominar las técnicas metodológicas del propio campo de estudio y conocer el desarrollo del conocimiento humano de ese mismo campo para poder extenderlo ordenadamente. Sin embargo, hoy, con la seguridad que proporciona ese tipo de formación y esa práctica eficaz, el científico experimental no se plantea que esa actividad suya (como el conocimiento humano de cualquier proceso en general) debe explicarse, a su vez, en términos del resto de la realidad. Es más y por el contrario, tiende a concentrarse en la conquista de nuevas técnicas y en la persecución a ciegas de resultados pragmáticos, dando origen a una especialización creciente y a un fraccionamiento del conocimiento que proporciona una imagen tan polifacética del objeto que acaba sepultándolo bajo la inmensa riqueza caótica de sus técnicas y sus datos.
De hecho, con la organización social de la ciencia que hoy prevalece, «el especialista, en su esfuerzo por concentrarse en su pequeño sector de conocimientos: 1/ suele atesorar los últimos descubrimientos y procurar el dominio de las técnicas más modernas relativas a su área de experimentación, y, en cambio, rehúsa el estudio de la tradición científica de su propio campo, indispensable para entender el significado de los resultados de su trabajo y para sus problemas, pero fuera de su alcance porque implica una integración del pensamiento contraria a la especialización, con lo que el conocimiento fragmentado y fragmentador del especialista se vuelve necesariamente ahistórico; 2/ se olvida de la coherencia evolutiva de todos los entes y procesos, y, en vez de procurar comprender algo enfocando con la debida perspectiva los procesos exteriores que lo originan y mantienen, persigue descubrir en su intimidad algo mágico (aislado de la realidad) que dé la clave de ello»6.
No obstante, aun cuando sus cultivadores ignoran la problemática, los métodos y los planteamientos evolucionistas –comenzando por la fundamentación objetiva de la coherencia y la posibilidad misma de la propia ciencia experimental–, la ciencia experimental de lo inorgánico ha contribuido indirectamente al desarrollo de la ciencia evolucionista al identificar, sin pretenderlo, el átomo y la molécula como etapas de la historia natural de lo inorgánico. Concretamente, a finales del siglo XVIII, la densificación y la práctica sistemática de lo inorgánico permitió precisar los conceptos de átomo y de molécula, como sendos niveles básicos de las unidades de integración material de la realidad, en función de su capacidad de actuar regular y reversiblemente entre sí (los átomos sobre átomos y las moléculas sobre moléculas), dado así origen a la química como una ciencia experimental básica de lo inorgánico, distinta de la física: los químicos se ocupan de las interacciones de los átomos para formar moléculas y los físicos, de la interacción de las partículas atómicas para formar átomos. En cambio, la identificación de las unidades de los tres niveles de integración energético-material del ser vivo ha sido diferente. La identificación del individuo protoplásmico, basibión o proteína globular la logró –como se verá– el propio Faustino Cordón7. La identificación de la célula por parte de Schleiden, Schwann, Pasteur y Virchow data de mediados del siglo XIX y se alcanzó con la ayuda del microscopio y de otros procedimientos de observación. En cuanto a la del animal, constituye una evidencia empírica, puesto que el propio hombre es una especie animal, aunque la biología oficial actual interpreta al animal como resultado de la actividad celular y no como una unidad supracelular del ser vivo que gobierna actividades celulares, al guiarse por la misma lógica reduccionista con la que reduce los procesos biológicos –surgidos de la evolución conjunta de lo inorgánico– a procesos físico-químicos, y la biología a la química.
Como animal y humano, el hombre tiene una experiencia mucho más rica de los animales y, sobre todo, de sí mismo que de los diferentes procesos físicos o químicos. De hecho, las ciencias del hombre se distinguen por su enorme riqueza empírica y por sus resultados teóricos integradores e históricos en función de la singularidad de la acción y la experiencia humana. Todo individuo humano tiene una experiencia social –y, por lo mismo, unitaria e integradora– desde el momento de su nacimiento. La educación del niño (como la permanente del adulto) supone la configuración de la conciencia de cada hombre en términos de las conciencias de los demás; esto es, de la “sociedad trabada por la palabra”, como medio biológico de la especie humana. El progreso y la realización de cada hombre es esencialmente social, y la vida humana se distingue por una historicidad fácilmente perceptible, sobre todo en determinadas épocas. Por eso el hombre no se ha limitado a acumular datos sobre las relaciones interhumanas en general y sobre sus tipos básicos (económicas, militares, simbólico-lingüísticas, educativas y demás). Ha elevado, además, relativamente pronto esos conocimientos empíricos a unidad teórica, poniendo así las bases de las ciencias básicas del hombre y de la cultura (economía, ciencia política y sociología, aparte de la historia). Ha tendido, también, espontáneamente a entender al individuo en términos de los demás y de su historia, con la consiguiente fundamentación histórico-cultural de la psicología, como estudio científico de la vida humana. Y, en determinados casos –con los grandes filósofos–, se ha apoyado incluso en esa experiencia humana de la unidad, la coherencia y el carácter histórico de su propia realidad para entender las relaciones de cada individuo humano con los demás hombres y las de los hombres con su medio ambiente natural (e incluso con la biosfera y el universo en torno en general) como algo esencialmente unitario, dinámico e histórico. Aunque, al carecer de la percepción objetiva de la historicidad de lo inorgánico (una percepción ciertamente difícil, puesto que la estabilidad primordial de lo inorgánico es condición de la evolución conjunta de la biosfera y de la conservación de todos los seres vivos) y al ignorar prácticamente todo lo referente a la actividad celular e intracelular, esos grandes filósofos no pudieron nunca ir más allá de un atisbo general de la evolución de la naturaleza, de su coherencia interna y de las leyes generales de su movimiento; pues, al apoyarse sobre todo en la unidad, el dinamismo y la historia del hombre, urdieron una concepción unitaria del universo con un fondo indudable de verdad, pero básicamente especulativa y teratológica, como producto de la extrapolación formal y abstracta de su conocimiento del todo humano al todo universal.
La ciencia evolucionista se desarrolla aprovechando la riqueza empírica y el rigor metodológico y técnico de la ciencia experimental y la fecundidad teórica de los atisbos filosóficos más rigurosos de la unidad, el dinamismo y la historicidad de la naturaleza.
Elevar la ciencia experimental a ciencia evolucionista no es sino esforzarse en explicar «lo particular y efímero por el todo de que forma parte y por la evolución conjunta de ese todo, todo que, por lo demás, recíprocamente no puede entenderse (en su surgimiento y evolución) sin conocer esas partes que hoy dependen de él. Por ello, obviamente, la ciencia experimental que brinda el conocimiento de lo particular y concreto es esencial para conocer el todo y su evolución. Ab origine –y, por tanto, siempre será así–, desde hace dos siglos los brotes de pensamiento evolucionista son –y sólo son– ciencia experimental elevada a un nuevo nivel de problemática»8. Darwin, Paulov, Haeckel o Marx, entre otros, apuntaron ciertamente determinados problemas evolutivos, pero no se plantearon el estudio sistemático y preciso de la historia natural de los seres vivos a partir del conocimiento ganado por las ciencias experimentales al no contar aún con los datos necesarios para poder hacerlo.
«La ciencia experimental no es, en resumidas cuentas, sino el modo humano, conscientemente aplicado de avanzar en el dominio de la naturaleza, actuar mediante técnicas adecuadas sobre ella conforme a una hipótesis de trabajo meditada, observar objetivamente los resultados alcanzados y deducir conclusiones de algún valor teórico o práctico; la ciencia experimental, junto con la recogida y clasificación de datos empíricos –que hay que esforzarse en elevar a ciencia experimental– es, por consiguiente, el modo eficaz y riguroso de recoger conocimientos, lo más correlacionados posible, que sirvan para organizar con ellos conocimiento evolucionista; esto es, la ciencia evolucionista (la ciencia que persigue una comprensión integradora e histórica de la naturaleza) no se opone ni es una alternativa a la ciencia experimental, sino que ésta es más bien la base insoslayable, la condición misma, actual y futura del pensamiento evolucionista»9.
Según esto, una determinada rama de la biología experimental (la bioquímica o la genética molecular, por ejemplo) «está en el buen camino cuando lo que progrese en ella repercuta en el conocimiento esencial del ser vivo y cuando, a la inversa, los progresos biológicos generales contribuyan de inmediato a comprender mejor el objeto de la misma»10. Y lo mismo vale para las relaciones conjuntas de las ciencias de lo inorgánico y las ciencias de lo orgánico. «Comprender los seres vivos exige relacionarlos con los procesos de la biosfera inorgánica de la que surgen y con la que interactúan, y, a mayor abundamiento, obliga a comprender las relaciones de los unos con los otros dentro del conjunto profundamente integrado que todos ellos forman y que va cambiando progresivamente en el marco de la evolución geológica y universal. Ni que decir tiene que, a la inversa, cuanto vayamos conocimiento de los seres y procesos particulares debe ayudarnos a comprender el todo en evolución; es más, el aprecio por la verdad relativa del conocimiento concreto que vayamos ganando es su valor para ir entendiendo la coherencia general de la realidad en su entorno»11.
La ciencia evolucionista se construye, por tanto, sobre la base de la ciencia experimental: es la ciencia experimental, una vez elevada por los planteamientos teóricos de las líneas filosóficamente más ricas del pensamiento evolucionista y que más han resaltado la unidad, el dinamismo y la historicidad característica de la realidad.
La ciencia evolucionista parte del supuesto de básico de que «el universo está sujeto a un único proceso de evolución coherente, de forma que la comprensión de los individuos remite a comprender el todo y la historia del todo, y a la inversa»12. En el caso de la biología evolucionista, eso quiere decir que se entiende que «todo el universo está sujeto a un perpetuo cambio y, no obstante, a cambio sujeto a un orden integrado (a lo que llamamos evolución), que hace posible que los seres vivos se adapten a él y lo gobiernen por sus diversas formas de acción y experiencia. Como principio básico de la biología evolucionista, admitimos que el universo es experimentable porque está constituido por seres unitarios de diversos niveles de integración energético-material, que son remansos de procesos energéticos que proceden del exterior y que se sostienen en perpetuo intercambio energético con el exterior por la acción y experiencia que los define»13. Por tanto, con esto «se expresa una noción nueva, completamente desconocida e inoperante para la ciencia experimental clásica; y es que la definición de un ser, cualquiera que éste sea, no se encuentra en procesos de su medio (la zona de la realidad que lo alberga), sino en la historia completa de esta zona de la realidad. Esto significa que el cosmos, la realidad objetiva en su conjunto, se modifica coherentemente, y que esta modificación coherente establece direcciones constantes en los procesos; esta constancia en las direcciones determina, por último, remansos más o menos estables de ellos: los seres. El carácter dirigido de los procesos y el mantenimiento de los remansos (de los seres) es lo que hace posible la experiencia de un mundo sometido a incesante cambio; es lo que hace inteligible a la realidad objetiva»14.
Se trata, por tanto, de una unidad esencialmente dinámica y de un dinamismo que afecta al todo como a cada individualidad concreta. Es más, que afecta al uno por afectar a la otra, y a la inversa. Por una parte, «hay la perpetua y universal relación que existe en la naturaleza entre los seres y procesos; en el marco de la evolución conjunta, que todo lo abarca, todo ser es referido a procesos dirigidos de los que él resulta e, inversamente, todo proceso depende, en naturaleza, intensidad y dirección de seres cuyo dinamismo interno lo provocan»15. Pero, visto desde la perspectiva de cada ser unitario singular, «cada individuo (en su esencial intimidad, mero campo físico de una determinada naturaleza: lo que llamamos organismo) resulta continuamente como efecto de la coordinación de individuos del nivel inmediato inferior a los que él, a su vez, gobierna, mediante su acción y experiencia definitorias, para que puedan organizar (a fin de obtener la energía continuamente necesaria para mantener los individuos somáticos de los sucesivos niveles) todo un entorno suyo, más o menos amplio, elevándose hasta el nivel de relaciones propio del tipo de individuo (partícula atómica, átomo, molécula, individuo protoplásmico, célula, animal), ninguno de los cuales tiene sentido sino como resultado de un ininterrumpido intercambio energético con el exterior, organizado hasta su nivel sobre los niveles inferiores»16.
Por último, la ciencia evolucionista (integradora y dinámica) es también histórica. Y lo es en un sentido total, que va mucho allá del sentido histórico peculiar de las ciencias del hombre, desvelando así la significación más profunda de esa historicidad humana. Los grandes clásicos de las ciencias del hombre esclarecieron la naturaleza histórica de la acción y experiencia de la especie humana, pero no lograron entender el origen natural de cada individualidad humana. En cambio, la biología evolucionista no sólo explica la historia de cada hombre en términos de los demás hombres, sino que se esfuerza en entender la naturaleza de cada individualidad humana (como la de cualquier otra) en términos de su origen histórico-natural (inmediato y mediato) y, en definitiva, en términos de la evolución conjunta de la que cada individuo resulta y de los hechos empíricos y experimentales pertinentes.
Los brotes más fecundos de la ciencia experimental (Darwin, Paulov, Haeckel o Marx, entre otros) apuntaron ciertamente determinados problemas evolucionistas, pero no pudieron plantearse el estudio evolucionista sistemático y preciso de los seres vivos a partir de los conocimientos ganados por las grandes ciencias experimentales porque no contaban aún con los datos necesarios para poder hacerlo.
Así, Darwin, por ejemplo, desarrolla la perspectiva evolucionista a partir del planteamiento descriptivo y experimental de la evolución de los animales (y de la evolución de las plantas bajo éstos), en tanto que, tanto los animales como el propio hombre, aparecen ante éste como agentes que se adaptan a su medio ambiente natural desarrollando una conducta específica, que les permite ir sobreviviendo. Supuesto esto, deduce el hecho objetivo de la selección estadística natural de los más aptos a partir del conjunto constituido por todos los conocimientos biológicos previos (ordenación taxonómica de los animales, datos paleontológicos, anatomía y embriología comparadas, desplazamientos de las faunas en las grandes áreas científicas, perfeccionamiento artificial de las razas de animales domésticos, etcétera), eleva todos esos conocimientos al nivel de la ciencia experimental al interpretarlos desde la teoría de la selección natural y concibe el árbol filogenético de los animales a partir de la inducción de la especiación (esto es, de la diferenciación de una especie en dos) como ley general de la diferenciación progresiva de las especies. Pero no se plantea la problemática propiamente evolucionista de la especiación, ni tampoco aborda la interpretación evolucionista del origen y la naturaleza del primer animal a partir de algo no animal y, a la vez, pre-animal.
En cambio, hoy en día, el estudio evolucionista de los seres vivos puede abordarse ya contando con la interpretación del acervo de datos ganados por las grandes ciencias experimentales (bioquímica, genética, inmunología, fisiología animal, etc.), aprovechando la perspectiva teórica abierta por Darwin y otros grandes científicos experimentales, el conocimiento empírico y experimental de la célula como ser vivo de nivel de integración energético-material directamente subanimal, y el aparato teórico, el tipo de problemas y el horizonte epistemológico propios de la ciencia evolucionista. Porque, en este nuevo horizonte epistemológico, para comprender esencialmente al animal, no basta conocer analíticamente las células que le constituyen internamente, sino que –entre otras cosas– hay que explicar también como surgen dichas células a partir de la actividad infracelular, cómo surge el animal a partir de la actividad celular, cómo se sostienen permanentemente el animal y la célula en términos de su medio peculiar y cómo evolucionan uno y otra en términos de su propio medio. O, hablando más en general, cómo surgen el ser vivo de nivel superior y su medio biológico propio a partir del ser vivo de nivel inmediatamente inferior y de su medio, y cómo, una vez surgidos, se mantienen y evolucionan, el uno por el otro.
Es decir, tal y como (todavía confusa e incipientemente) intenta Darwin, hay que completar el esfuerzo analítico inestimable de la ciencia experimental con el estudio evolucionista de sus principales resultados teóricos. Esto es: interpretando, por su proceso de origen y en términos del proceso coherente de la biosfera y del universo en torno (en términos de su evolución conjunta) los seres y/o agentes constitutivos de los tres niveles de integración de los seres vivos, cuya existencia parece desprenderse de todo tipo de datos experimentales.
«El modo científico de entender la cultura, la historia, se remite a entender la naturaleza humana, que, a su vez, sólo puede comprenderse por su origen biológico: (…). La cultura humana es el modo particular de realizarse la evolución biológica de ese animal notable que es el hombre. (…). Esto explica el interés máximo de enfocar el estudio del hombre (su historia, su educación, etc.) desde la biología»18.
Faustino Cordón Bonet se vio forzado al exilio interior durante la dictadura por su compromiso moral y político con la República. Tras abandonar las cárceles franquistas, completó su formación en química orgánica y en bioquímica en los laboratorios Zeltia de Porriño (1941-1945), con Fernando Calvet Prats (1903-1988), un hombre de ciencia clásico, desposeído de su cátedra por el franquismo. En 1945 se doctoró con un trabajo sobre la insulinasa, un enzima pancreático, y ganó por concurso-oposición una beca convocada por el Ministerio de Asuntos Exteriores para proseguir sus estudios de enzimología en los Estados Unidos. Pero, ante el veto del Ministerio de Educación, decidió abrirse camino por sí mismo, buscando el aliento y la libertad imprescindibles para la investigación científica entre los restos liberales de la industria privada. Encontró empleo en el Instituto de Biología y Sueroterapia (IBYS), especializado en sueros y vacunas. Trabajó allí veinte años largos (1945-1966), pasando muy pronto de la problemática de la química orgánica y la bioquímica a la de la biología evolucionista, a partir de temas circunstanciales de interés práctico inmediato elevados coherentemente a pensamiento teórico. Y lo hizo, con la convicción de que la ciencia no es una colección de hechos aislados, sino un sistema de leyes generales bien fundamentado, y a sabiendas de que «el investigador, hasta que se impone el fruto de su labor, resulta un ente -por lo menos- incómodo, ya que una condición fundamental de su mentalidad (al menos en cuanto hace investigación) es su lucha contra el error, esto es, contra viejas verdades cómodamente asentadas y que no se mueven sin protestas»19.
La atención científica de F. Cordón se desplazó, en un principio, desde el campo de la enzimología (obtención, purificación y evaluación de enzimas proteolíticos) al de la inmunología. Un problema enzimológico práctico concreto (la desantigenización, por proteolisis, de la caseína para utilizarla en la producción de sueros) le llevó a enfrentarse con un problema teórico inmunológico básico: la sensibilización de un animal a una proteína extraña al mismo o anafilaxia. Pero, de tal modo y en tal medida, que acabó determinando la inflexión más decisiva de su trayectoria científica.
La primera reacción de F. Cordón ante los fenómenos de inmunidad -tan alejados de los fenómenos químicos a los que estaba acostumbrado- fue de sorpresa y perplejidad, lo que puede explicarse, en parte, por el débil desarrollo de la inmunología y por el vacío bibliográfico español de la época. Pero esas limitaciones le permitieron estudiar con mayor libertad los hechos hasta dar una explicación de los mismos distinta y más rigurosa que la de la teoría en vigor. Así, en tanto que, para ésta, el primer efecto de toda inmunización es la liberación y la multiplicación de anticuerpos (seroglobulinas del animal inmunizado), él mantuvo que ese efecto aparece como consecuencia de una primera multiplicación intracelular del antígeno (la proteína extraña inmunizante) o de alguna de sus estructuras (lo que implica la consideración de la reproducción del antígeno como un fenómeno biológico y no como un fenómeno estrictamente químico o molecular). Y fundamentó, además, su hipótesis de trabajo con el mayor rigor, conforme a las exigencias de la ciencia experimental: estudió y tradujo los ocho tomos del tratado de Doerr sobre inmunidad (Die Inmunitätsforschung), entonces en curso de publicación (1945-1951), para poder contar con la teoría vigente; concluyó, al compararla con la propia, que las dos interpretaciones eran diferentes y que la suya explicaba mejor los hechos; y lo confirmó en el laboratorio experimentando con determinantes inmunológicos de la toxina tetánica en el cerebro del cobayo.
Tras diez años de absorbente dedicación a la investigación, expuso los resultados de la misma en Inmunidad y automultiplicación proteica, su primer libro: revisó y reorganizó la teoría inmunológica en función de su interpretación de los hechos; ilustró la fuerza de unificación y las perspectivas abiertas en la genética y en otras ramas de la biología por su teoría inmunológica; y desarrolló otras conclusiones problemáticas y teóricas. Pero lo más significativo, de cara a su trayectoria científica, fue que la inmunidad pareció brindarle una la primera clave de una vida subcelular20, transformando así su problemática científica, de bioquímica en biológica y de experimental en evolucionista. De modo que, al propugnar la existencia de un primer nivel del ser vivo (la proteína globular), intermedio entre la molécula y la célula21, como clave de la comprensión de los fenómenos de inmunidad, tuvo también que enfrentarse, por primera vez, con el tema central de la biología: qué es un ser vivo.
Por lo demás, la conciencia de las diferencias entre su trabajo biológico y la biología vigente le impuso la necesidad de esclarecerlas partiendo de la propia experiencia, y, de hecho, aprovechó el prólogo del libro para exponer sus conclusiones al respecto. Señaló la importancia de hacer preguntas con valor estratégico que orienten el pensamiento científico, alno normal en los períodos “sintéticos” de la historia de la ciencia, pero muy difícil en los períodos “analíticos” y hoy, en particular, cuando estamos al final de una larga etapa “analítica”. Y resaltó el contraste existente entre la unidad y la coherencia de los seres vivos, que se desprende de su teoría de la inmunidad, y la invertebración e incoherencia del estado actual de las ciencias biológicas, resaltando sus principales síntomas: 1/ empirismo puramente extensivo y analógico, y carácter fragmentario de las publicaciones monográficas; 2/ tecnicismo: estimación desproporcionada de la aplicación de medios técnicos, nuevos, complicados y costosos, especialización extrema y división tecnológica de la ciencia; y 3/ reduccionismo físico-químico de lo biológico, cuando la biología podría ya constituirse a partir del estudio de sus problemas genuinos y con un aparato especulativo propio y no prestado por otras ciencias.
Ante la perspectiva abierta por la investigación de temas inmunológicos, F. Cordón pasó a plantearse otros problemas biológicos, contando además con nuevos incentivos: 1/ la fundación, dirección y traducción de la Biblioteca IBYS de Ciencia Biológica (1952-1964), como garantía del conocimiento de la biología en vigor[^22]; 2/ la dirección rigurosa -y no especializada- del trabajo experimental de sus colaboradores, valiéndose de la posibilidad de la aceleración de su desespecialización profesional como creador y director del Departamento de Investigación de IBYS (1958-1966), al desplazar el centro de su atención hacia problemas crecientemente generales de la biología y a partir de problemas concretos y de datos empíricos y experimentales cada vez de menor complejidad22; y 3/ la posibilidad consiguiente de la elaboración progresiva de una interpretación teórica coherente de los seres vivos con un método de trabajo centrado en el interés teórico por lo inédito y la tensión entre el propio pensamiento y el pensamiento vigente.
Para comprender los seres vivos del primer nivel biológico, F. Cordón comenzó enfrentándose con el surgimiento de la vida desde lo inorgánico en la superficie terrestre, aunque lo hizo inesperadamente y a raíz de su primer enfrentamiento con un fenómeno muy alejado a escala evolutiva del primer origen de la vida: la fotosíntesis. Pero, con esa Introducción al origen y evolución de la vida, amplió el campo de sus problemas, logró una primera enunciación teórica de los niveles biológicos sucesivos de integración, desarrollando y precisando su orden de ideas previo, y trató de demostrar, desde su experiencia como biólogo, que «el modo habitual de abordar el estudio de lo viviente no conviene con las características generales de la realidad objetiva»23.
En efecto, como parte de la realidad objetiva, lo viviente está necesariamente sujeto a las leyes generales de la misma. A saber: 1/ la realidad es coherente y explicable por sí misma; 2/ la realidad es puro proceso o acontecer; 3/ el proceso de la realidad objetiva está sujeto a ley; 4/ todo proceso de la realidad objetiva está condicionado por el proceso universal; y 5/ en el proceso de la realidad objetiva se coordinan procesos de unidades de un nivel evolucionista en una homeostasis dinámica que constituye unidades de nivel superior. Pero, por lo mismo, toda interpretación de lo viviente debe obedecer a dos exigencias básicas: 1/ explicarse en términos de la realidad objetiva, con la consiguiente recusación del vitalismo (incluido el recurso al azar, como forma vergonzante del mismo); y 2/ atenerse a su proceso de origen a partir de las características de lo que evoluciona, lo que excluye y descalifica el intento positivista de explicar lo viviente por el mero análisis, ahistórico, de los elementos que lo constituyen: la interpretación actual de los datos de la bioquímica, con su positivismo ahistórico y su finalismo antropológico, no guarda la clave de la vida. Por lo demás, la realidad está organizada en unidades de niveles sucesivos de complejidad estructural, y es eso precisamente lo que constituye la base de una clasificación objetiva de las ciencias. Cada nivel de complejidad estructural debe ser objeto de una ciencia básica independiente. Las relaciones entre esas ciencias básicas tienen que establecerse de acuerdo con sus objetos correspondientes. Y, puesto que el concepto de nivel de complejidad estructural no puede disociarse del de evolución, la jerarquía de la composición sugiere implícitamente que los niveles no pueden ser contemporáneos: hay, por tanto, fases en la evolución (atómica, molecular, proteínica, celular, animal).
Al aplicar esta noción intuitiva de nivel estructural al ser vivo, F. Cordón ofreció, también, en ese mismo opúsculo un primer esbozo, aún confuso, de la evolución biológica entendida como un proceso conjunto, aunque enriquecido con otros contenidos conceptuales, problemáticos y teóricos importantes: los conceptos evolucionistas de unidad de integración de un nivel y de evolución en homeostasis de las unidades de nivel inferior bajo el superior (del proteínico bajo el celular, del celular bajo el animal); el problema evolucionista de la evolución de las unidades de un nivel inferior, que lleva a su vez a otra cuestión evolucionista capital: la naturaleza de la unidad como resultado de la actividad asociativa (distinta de ella) de las unidades subyacentes; y una nueva aproximación al origen de la vida, como corolario de todo lo anterior.
Mientras, desde A. Oparin (1894-1980) hasta hoy, “origen de la vida” es, para los biólogos, sinónimo de origen de la primera célula, F. Cordón, al propugnar la existencia de un nivel proteínico, no piensa lo mismo. Divide el proceso de origen de la primera célula, a partir de la evolución molecular, en dos etapas básicas, con la teoría de la selección natural de C. Darwin (1809- 1882) como guía teórica fundamental: 1/ evolución molecular, de la cual surge la primera proteína globular; y 2/ evolución de la proteína globular, que culmina con el origen de la primera célula. Dentro de cada una de esas dos etapas, distingue a su vez dos períodos igualmente fundamentales: 1/ la evolución de cada nivel a partir de su origen; y 2/ el origen de las unidades de nivel superior a partir de una asociación de unidades de nivel inferior.
Además, con esa amplia base, F. Cordón pudo concretar mejor sus tareas científicas inmediatas, en el prólogo de su opúsculo sobre el origen de la vida: «Proyectamos desarrollar en el próximo año, de modo más completo y extenso, las ideas expuestas en estas conferencias,…, en las tres direcciones siguientes que se complementan y para las cuales se ha reunido información y se ha reflexionado con interés creciente en los últimos años: 1/ estudio de las diversas fases de la evolución de lo viviente…; 2/ intento de estructurar la problemática biológica de modo conforme con su objeto,…; y 3/ consideración del desenvolvimiento del aparato especulativo de la biología, intentando apreciar las líneas de pensamiento biológico abiertas al progreso desde Lamarck y Darwin y los conceptos, aún operantes, extraviados respecto a tales líneas o contrarios a ellas, a fin de depurar nuestro orden de ideas y darle el mayor futuro posible; lo que consigamos en esta dirección tercera constituirá nuestro homenaje activo a Darwin con motivo del centenario de la aparición del Origen de las especies, 1859»24.
Convencido de que “la biología es obra de Darwin”, F. Cordón, se centró, de hecho, en su estudio para entenderlo lo mejor posible, con sus logros y con sus limitaciones, en todo su alcance, con un doble fin: para aplicarlo a otros campos biológicos, y tratar de saltar así a un nuevo sistema de conceptos, leyes y problemas; y para enunciar sus propias antinomias y tratar de resolverlas con la certidumbre que permiten los datos disponibles, deslindando con claridad las fronteras entre el pensamiento racionalmente establecido, las teorías hipotéticas que parezcan marcar tareas futuras para la ciencia, con el apoyo de datos potencialmente asequibles, y, en fin, el límite de lo que hoy parece real, pero incognoscible, no susceptible de dilucidación por la ciencia.
«La necesidad de extender la selección natural a los niveles protoplásmico y celular me llevó a reconsiderar a Darwin desde el pensamiento evolucionista ganado, y ello, a su vez, me condujo a estudiar la dinámica de la evolución conjunta de los animales y su medio (concepto de medio y de especie animal, etc.)»25.
Destacó, ante todo, lo que constituye la aportación definitiva de Darwin, la teoría de la selección natural, con sus contribuciones más decisivas: 1/ las especies animales cambian en el curso de las generaciones por selección natural de los individuos más aptos para realizar la conducta específica; 2/ el perfeccionamiento de una especie culmina, como regla, en su diferenciación en dos; 3/ todos los animales proceden de contado número de especies, tal vez de una sola; y 4/ dadas las analogías y diferencias anatómicas entre hombre y monos antropoides, hay que admitir que uno y otros descienden de un antepasado común. Resaltó, luego, aquellas cuestiones derivadas de Darwin que la biología puede responder un siglo después de la publicación de su obra señera, puntualizando así el darwinismo, sin más que profundizar en el orden de ideas de aquél: como qué sea y cómo actúa con su enorme fijeza el medio específico selector de cada especie y cómo están relacionados y evolucionan los diversos medios específicos; cómo se producen las bifurcaciones de las especies y las correspondientes de los medios específicos; o cómo se pudo originar de un homínido el hombre y cuál es el genuino carácter diferencial entre ellos; etcétera. Y apuntó, finalmente, otro tipo de cuestiones que plantea el estudio de Darwin y que no pueden resolverse profundizando en su pensamiento porque rebasan su horizonte conceptual y exigen un orden superior de ideas: como que la selección de los más aptos exige entender la herencia de los caracteres congénitos, lo que lleva a preguntarse cómo se produce la ontogénesis de todo animal26 ; o el que, si todas las especies animales proceden de una, se impone la pregunta de cuál puede ser el proceso del que surgió el primer animal.
Aunque no se publicó hasta 1966, el grueso del libro La evolución conjunta de los animales y su medio27, donde se puntualiza y se actualiza así el darwinismo, data de 1958-1959. En el primer capítulo, se estudian los antecedentes del pensamiento evolucionista en biología; y en el segundo, la integración darwinista de las aportaciones teóricas de Lamarck y Cuvier. Pero los más relevantes son los tres capítulos restantes, en los que se aborda la problemática científica ignorada por Darwin desde el sistema de conceptos de F. Cordón. Se precisa rigurosamente el concepto de medio animal. Se explica por qué y cómo cada especie animal es seleccionada por un medio específico, cómo éste se estructura en especies animales y cómo progresan complementariamente la especie y su medio. Se deduce la dependencia de la evolución de una especie respecto de la evolución conjunta de todo el nivel animal y del modo de relación de todos los medios específicos entre sí, como conclusión general. Se define el proceso de especiación animal, o de diferenciación de una especie en dos, en función de esas conclusiones previas. Y se ofrecen, además, nuevos atisbos de una interpretación biológica de conjunto, junto con la posibilidad de abordar otros problemas biológicos más generales y de mayor complejidad, ignorados por Darwin: como la filogénesis de los primeros individuos de cada uno de los tres niveles de los seres vivos (proteína globular, célula y animal) a partir de la evolución conjunta de los individuos de nivel inmediato inferior (el origen del primer animal a partir de la evolución celular, por ejemplo); y los que conciernen a las relaciones entre los seres vivos de distinto nivel de complejidad en general.
F. Cordón completó esta actualización del darwinismo con el estudio de las grandes corrientes de la biología postdarwinista hasta concluir que, en su mayor parte, o hacen caso omiso de Darwin o lo admiten traicionándolo: recogen una gran suma de datos experimentales, pero recurren a interpretaciones teóricas solamente aplicables a campos muy reducidos y, con frecuencia, antinómicas del pensamiento darwinista28. Pero, por otra parte, para profundizar en el esclarecimiento de la propia actividad científica, se ocupó también, en esa misma época, de La actividad científica y su ambiente social29, en relación con la ciencia y su progreso, con las serias carencias de la sociedad, la ciencia y la educación superior en España como telón temático concreto de fondo.
Puesto que toda actividad humana está condicionada por el ámbito social común, el examen de la actividad científica exige el examen de su ambiente social, teniendo en cuenta que la relación entre ciencia y sociedad es siempre dialéctica: la investigación científica precisa para prosperar de la racionalidad del medio social; y la racionalización del medio social necesita (como ejemplo y como conductor eficiente en muchas de sus actividades) de la investigación científica. Un círculo vicioso sólo aparente y que, por lo mismo, puede romperse. Desde la sociedad, siempre que se tiene en cuenta que la racionalidad del medio social es condición necesaria de la actividad científica; luchando contra el fetichismo científico y otros prejuicios muy arraigados al respecto, por ejemplo; y, en general, siempre que se actúa con racionalidad y se aplica la idea básica de la ciencia -la coherencia de todos los procesos de la realidad- a la propia vida. Y, desde la ciencia, con procedimientos como los siguientes: formando a los investigadores con una enseñanza esencialmente crítica, no dogmática y con gran iniciativa pedagógica; impulsando una investigación científica firmemente enlazada con la vida del país mediante la elección de problemas de valor social; actuando con el máximo rigor al seleccionar a los colaboradores y en el trabajo en equipo en general; eligiendo a los mejores, y con los métodos adecuados, para la docencia universitaria; y estimulando la inspección crítica de la Universidad por parte de la sociedad, y la acogida y el aprovechamiento de los mejores universitarios, por parte de la misma.
Por otra parte, F. Cordón distingue ya con claridad “las tres etapas del desarrollo del conocimiento biológico, empírica, experimental y evolucionista”30, con una perspectiva histórica e integradora. La primera comienza cuando la acumulación de los conocimientos humanos con valor empírico se intensifica hasta tal punto que hay que constituir una profesión especializada en su sistematización. Pero la ciencia empírica tiene dos limitaciones importantes: 1/ el científico empírico percibe el acto subjetivo de su pensamiento, pero no el proceso del pensamiento, y por eso lo atribuye a una cualidad "mágica" de su propia mente; y 2/ vincula, además, cada observación a un determinado proceso sin percibir el proceso objetivo de la realidad, por lo que, en lugar de explicar cada proceso concreto en términos del resto de la realidad, lo considera como una cualidad sustantiva de un determinado ser. Con todo, el ejercicio profesional de la ciencia empírica origina una rampa inicial de rápido progreso del pensamiento que culmina con el descubrimiento de la regularidad natural, facilitando así el hallazgo del método experimental y el origen de la ciencia experimental. Por su parte, la ciencia experimental incurre fácilmente en el ahistoricismo, al olvidarse que la actividad científico-experimental (como el conocimiento humano de cualquier ser o proceso en general) tiene que explicarse, a su vez, en términos del resto de la realidad, bloqueando así la dialéctica de la ciencia y su progreso. Así, en cuanto el pensamiento del pasado entra en conflicto con un hecho nuevo, la biología tiende a negarlo, lo que resulta tan antihistórico como considerarlo inamovible31. Un grave error científico, que se explica, en buena parte, como un producto más de las tendencias más negativas de la actividad científica en la actualidad: aplicación rutinaria al descubrimiento de hechos experimentales; concentración en la conquista de nuevas técnicas y en la persecución a ciegas de resultados pragmáticos; o remoción de la trascendencia teórica de esos hechos cuando entran en contradicción con la ciencia hecha.
Ante la crisis actual de la ciencia experimental, la ciencia evolucionista aclara, por de pronto, la posibilidad de la experimentación y la predicción científico-experimental por la coherencia evolutiva de todos los procesos reales, contando con dos puntos de apoyo básicos de partida: 1/ la identificación y la diferenciación precisa, sin pretenderlo, del átomo y la molécula, a finales del siglo XVIII, como unidades de integración de niveles sucesivos de lo inorgánico; y 2/ el curso integrador del pensamiento científico que ofrece constantes ejemplos de la existencia de interpretaciones contradictorias que parecen excluirse y van madurando lentamente la una frente a la otra hasta que, súbitamente, un hecho nuevo da cuenta de la una por la otra, o viceversa, y las eleva a una concepción esencialmente nueva que explica sus fondos relativos de verdad y sus limitaciones respectivas. Pero, sobre todo, la ciencia evolucionista sitúa también a la biología ante una triple tarea básica, más o menos conscientemente: 1/ jerarquizar evolutivamente los seres vivos: establecer bien la secuencia de etapas evolutivas de las que ha surgido cada uno de los niveles de complejidad que, de hecho, significan un modo de vida inferior que subyace en el organismo complejo; 2/ definir bien cada uno de esos sucesivos niveles que realmente representan modos de vida que sucesivamente han sido los superiores y rectores de la evolución en la Tierra: entender de qué forma concreta, en cada caso, de la maduración conjunta del nivel inferior (en virtud de la cual se diversificó y complicó sus modos de interacción dentro de él) surgió bruscamente el nuevo modo de actividad que exige como condición sine qua non la persistencia del modo anterior del que surge, pero al que arrebata, por ofrecer mayor ventaja selectiva, la conducción en lo sucesivo de la evolución de lo viviente; y 3/ entender bien la evolución y sus leyes, aprovechando la exigencia de lo viviente de ser entendido evolutivamente, que nuestra propia naturaleza -que corona la evolución biológica y hoy, de hecho, la gobierna- nos facilita unos medios directos de observación, y que el hombre tiene hoy, de hecho, acceso a toda la biosfera.
Tras estudiar diversos problemas del ser vivo, concernientes a un nivel u otro del ser vivo, en los años cincuenta, F. Cordón abordó en los sesenta y en el nivel animal, dos problemas comunes de los tres niveles del ser vivo (la proteína, la célula y el animal), con el apoyo de la teoría general de los niveles sucesivos de integración: el origen filogénico de los primeros individuos de cada uno de los tres niveles a partir de la evolución conjunta de los individuos de nivel inmediato inferior, que es el problema más hondamente evolucionista; y el problema biológico general de la naturaleza de la unidad constitutiva de cada ser vivo (de su individualidad).
Al primero de esos problemas básicos llegó también inesperadamente, con el estímulo inicialmente muy indirecto del estudio experimental de la secreción de ácido clorhídrico por el estómago con vistas a la formulación de un antiácido, y con un resultado sorprendente: una primera explicación del origen y la naturaleza del animal a partir del origen, naturaleza y evolución del aparato digestivo32.
«Un problema farmacológico práctico me llevó a inquirir cómo se produce la secreción gástrica, cuestión que no resuelve satisfactoriamente la fisiología actual y que pude abordar con algún éxito investigando (con ayuda del pensamiento adquirido) la posible evolución de la célula gástrica hasta adquirir su conformación actual; pero el provecho no se limitó a entender mejor la producción y la secreción de ácido clorhídrico por el estómago, sino que ayudó a precisar el concepto evolucionista de célula y, sobre todo, sugirió, inesperadamente, el posible origen animal desde su función digestiva (la célula digestiva precede al primer esbozo de aparato digestivo, y éste al animal) y permitió una primera definición funcional del sistema nervioso del animal y por su origen»33.
Según esa hipótesis, una asociación de fagocitos, por ventajas selectivas concretas, se fue constituyendo en una gástrula que acabó por coordinar con creciente eficacia las células protomusculares y protonerviosas hasta culminar en el primer sistema nervioso y, con ello, en el primer animal: por primera vez en la evolución, la acción mecánica propia del animal permite la captura de alimento sólido que, después de ser degradado por sus células digestivas, es repartido a todas las células del soma animal e incorporado por éstas para reponer su desgaste. Ese trabajo quedó inédito, para completarlo tras el estudio evolucionista sistemático de la proteína globular y de la célula, pero el estudio sobre la «Significación de la técnica de los reflejos condicionados para entender el origen y la naturaleza de la actividad animal» constituye un anticipo y un corolario del mismo.
Por de pronto, «Paulov fue el primer fisiólogo que se propuso experimentar con el animal íntegro, intacto, esto es, modificar su comportamiento exterior y fisiológico, de modo previsible y cuantificable. Al conseguirlo, sometió a experimentación rigurosa un tipo de ser, antes inabordable por la ciencia: el individuo animal. Si definimos la fisiología como la ciencia del funcionamiento del organismo animal, puede decirse que fue el primer verdadero fisiólogo, ya que fue el primero en enseñar cómo se correlacionan los procesos parciales internos del organismo animal, unos respecto a otros, gobernados por la actividad integrada animal; (…). En una palabra, la técnica de los reflejos condicionados constituye un acceso fundamental por el que la ciencia irrumpe en todo un nivel de la realidad (en la actividad animal). La gloria de Paulov es, pues, comparable a la de los grandes químicos (que podemos personificar en Lavoisier) que ocuparon científicamente otro nivel de la realidad, el molecular, sometiéndolo a acciones reversibles y cuantificables».
«Para destacar debidamente el valor científico de Paulov nos interesa señalar que, teniendo en cuenta que el animal es un organismo, (…), puede afirmarse que la técnica de los reflejos condicionados constituye el modo general y exclusivo de influir coherentemente sobre el animal»34.
«Todos sabemos que los animales en el curso de su vida individual aprenden a ajustar su conducta a la realidad. La técnica de los reflejos condicionados enseña inequívocamente que la recepción repetida de un nuevo estímulo que se relacione regularmente con la experiencia previa del animal, modifica la conducta del animal frente a dicho estímulo; el animal es moldeado por el estímulo de su medio, el animal aprende. Creo que estamos en condiciones de dar un paso más y sacar la plena conclusión que cabe deducir de la técnica de los reflejos condicionados y decir: que el animal está todo él moldeado por los estímulos de su medio; que el animal -como todo organismo- es explicable sola y exclusivamente en términos de su medio actual y efectivo; que el animal no es sino aprendizaje (su tipo especial de aprendizaje)»35.
Por otra parte, como teórico, I. Paulov (1849-1936) se orienta, en principio, correctamente, en cuanto que: 1/ tiende a explicar la actividad animal en términos de la actividad de las células nerviosas del arco reflejo; y 2/ pretende identificar el organismo (la psique o “el ánima”) del animal con algo unitario, a saber, con la actividad conjunta del sistema nervioso, capaz de modificarse como tal por influencia de procesos del medio animal (como lo demuestra precisamente la técnica de los reflejos condicionados). Pero tiene también sus limitaciones. Confunde el modo de acción celular y el modo de acción animal, y no considera el animal como un individuo genuino: explica el proceso de la conducta animal, pero no consigue enfocar la unidad en que radica como ser vivo. Por lo mismo, está igualmente fuera de su problemática investigar la naturaleza y la evolución del medio animal para comprender la naturaleza y la evolución del individuo animal, y viceversa. Y, aunque descubrió y confirmó experimentalmente el encadenamiento de los componentes del estímulo animal en el proceso de la conducta de los animales, y desentrañó las interacciones neuronales, no se planteó la problemática evolucionista correspondiente. A saber: 1/ cómo surge el organismo animal a partir de innumerables acciones simultáneas celulares; 2/ cómo inciden las alteraciones del entorno producidas por el medio animal sobre el soma animal (vía proteínica y vía celular); y 3) como surge el estímulo animal unitario.
En cuanto al problema biológico general de la unidad constitutiva de cada ser vivo (de su individualidad), F. Cordón llegó a él al intentar entender el proceso de origen del hombre a partir de sus antepasados animales directos. Al estudiar en qué radica la individualidad de cada hombre y, en general (dado que el hombre es un animal), qué es un individuo animal, precisó la naturaleza del medio humano a la luz de su origen, la forma en que se constituyen los múltiples cambios del medio animal en un único estímulo animal (en tanto que humano), y aquello en que consiste la individualidad radical del hombre (y del animal), el organismo humano (el organismo animal): a saber, un campo físico (potencialmente cognoscible) que surge y se mantiene como efecto de la acción conjunta de neuronas (células) íntimamente cooperantes.
Por último, coincidiendo con una coyuntura de relativa inestabilidad en lo profesional36, F. Cordón vio la necesidad de precisar, desarrollar y ordenar las cuestiones teóricas básicas de la biología evolucionista en orden a la organización de los esbozos teóricos parciales anteriores en un único cuerpo coherente de doctrina para investigar sistemáticamente la historia natural de los seres vivos. Y logró hacerlo con la ayuda de un nuevo hilo teórico conductor y de nuevos conceptos, que pasaron a ser los conceptos capitales de la teoría: el carácter central del alimento dentro del medio; y la definición de los seres vivos de todo nivel por la doble capacidad complementaria de acción y experiencia, con la consiguiente interpretación de la historia natural de los seres vivos como la evolución de la acción y experiencia37, respectivamente.
«Había pues llegado a una problemática que me imponía, para comprender bien algo, tener una idea clara del todo albergado por la biosfera, de la historia de este todo y de la vinculación dinámica (energética) de cada unidad con él. En definitiva, en este último período de 1965 a 1969 me hice plenamente consciente y procuré organizar en un cuerpo coherente de doctrina problemas como: naturaleza del soma y del organismo y relación entre uno y otro en todo ser vivo de cualquier nivel; la capacidad de acción y experiencia como propiedad esencial de los seres vivos; medio y ambiente de un ser vivo; relación entre los niveles biológicos y los inorgánicos (interferencia entre la evolución biológica y la evolución cósmica); el estímulo como puente entre el medio de un ser vivo y el organismo de éste; relación continua entre los organismos y los somas, los medios y los ambientes, y los estímulos propios de los seres vivos de un nivel con los del nivel inmediato inferior, etc.»38.
Definió a todo ser vivo como un agente que realiza acciones sobre su ambiente y nota los efectos útiles o perjudiciales de ellas para corregirlas en su propio provecho, esto es, para persistir como unidad de acción y experiencia. Y, con ello, se afianzó en su idea de que los seres vivos que existen son la proteína, la célula y el animal, como únicos agentes biológicos capaces de realizar una acción unitaria sobre su ambiente y de tomar noticia de su efecto para generar la sucesiva: la proteína globular maneja moléculas de una en una en agua quieta para reponer su desgaste, y su evolución da lugar al surgimiento de la primera célula; la célula mueve masas de agua que aportan moléculas disueltas a sus proteínas, y su evolución da lugar al surgimiento del primer animal; y el animal ejerce un movimiento mecánico que le permite actuar sobre sólidos para alimentar a sus células. En cuanto al resto de los fenómenos biológicos (organelos, tejidos, órganos, sistemas de órganos, vegetales, ecosistemas, etc.), son consecuencias de las acciones de seres vivos de estos tres niveles.
Significativamente, F. Cordón volvió a ocuparse en esos años de la dialéctica actual de la sociedad, la ciencia y la educación en una serie de trabajos, que incluyó años después en un nuevo libro, Pensamiento general y pensamiento científico, tras dos ensayos previos de divulgación de su nuevo orden teórico de ideas: «Los seres vivos definidos por la acción y experiencia» y «El pensamiento como carácter definidor de la naturaleza humana».
Así, el carácter abnegado, generoso y altruista, ejemplar, de «Madame Curie (1867-1934)», respondería, aún, a la psicología típica, la moral y la noción del papel de la ciencia de los grandes científicos de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Una época en la que, a diferencia de la nuestra, el desdoblamiento de la actividad humana, con el consenso social, en dos modalidades, la “productiva” y la “científica”, posibilitó la busca del saber por el saber con independencia de sus aplicaciones prácticas y de su valor económico, que es la conducta que está de acuerdo con la verdad, y con lo que debe ser el hombre de ciencia; y en la que, con el descubrimiento de la radioactividad, se derrumbó el supuesto carácter absoluto del objeto de la física y la química del siglo XIX, al demostrarse que hay que explicar cada ser por su entorno, sabiendo que no hay más modo de conocer que referir procesos a seres y seres a procesos.
Ahora bien, si la grandeza del hombre radica en su emancipación de la evolución animal, como animal culminante, su servidumbre le lleva ineludiblemente a remodelar hasta su radical intimidad su hábitat natural, que se extiende hoy a toda la biosfera terrestre, determinando una crisis de crecimiento de la actividad humana, por la subordinación de la actividad científica a la actividad productiva, con la consiguiente subversión de los valores. De tal modo y hasta tal punto, que el trastorno profundo de la vida natural por la actividad humana puede hacerse irreversible a nivel mundial en un futuro próximo, y agravarse aún más por su repercusión sobre el desarrollo del pensamiento, salvo que se imponga «La estrategia para la ordenación de la biosfera al servicio del hombre». A saber: 1. conducción de la actividad productiva por la actividad científica, a su nivel teórico más alto; 2. impulso dialéctico de la investigación y la docencia, a este máximo nivel teórico, por parte de la Universidad; y 3. presión de una sociedad que sienta vivamente esa doble necesidad.
Ciertamente, el derecho fundamental del hombre de ciencia es su acogida crítica por parte de la sociedad, y su deber fundamental, someter su trabajo al contraste de la crítica. Pero, junto a la reivindicación actual de «El científico y sus derechos humanos», hoy urge también la «La conquista de la Universidad por el pensamiento verdadero» y el impulso decidido de su función rectora de las demás instituciones docentes. Puesto que la Universidad es incompatible con la lógica privada capitalista de la rentabilidad a corto plazo, hay que denunciar como aberrante la tendencia creciente a rebajar la Universidad al nivel práctico o especializado de las escuelas profesionales: la Universidad tiene que formar hombres y no meros profesionales, posibilitando la fusión del profesional con el hombre completo y el contraste crítico del conocimiento aprendido con la realidad. Pero, por lo mismo, frente a «La crisis mundial de la Universidad y la investigación científica», hay que impulsar, ante todo, el ideal moral de una Universidad capaz de elevar a todo el pueblo al frente del pensamiento superior con dos objetivos complementarios: una organización social que permita que el pensamiento científico se eleve libremente al máximo nivel de integración de experiencia objetivamente posible; y un pensamiento científico general capaz ya de integrar armónicamente el trabajo de toda la humanidad y de ir adaptando racionalmente las estructuras sociales a las exigencia de una cooperación social cada vez más amplia e intensa.
El marco expositivo más completo y sistemático de estas conclusiones de F. Cordón sobre la sociedad, la ciencia y la educación en sus trabajos de 1967-1968 es su estudio de La función de la ciencia en la sociedad39 desde los conceptos ganados como biólogo, pocos años después.
Con la palabra, que es la ventaja selectiva que le distingue, el hombre se desprende de la evolución animal, por lo que su historia no es la de su evolución dentro de la evolución conjunta de los animales, sino la de la evolución de las relaciones entre los hombres, que secundariamente influye sobre los demás seres vivos. Pero, por lo mismo, la evolución de su acción y experiencia se nutre de tres únicas fuentes: la acción personal (la objetivación de la conducta humana); los procesos naturales a los que se aplica “experimentalmente” en el trabajo (el arte, la habilidad técnica, producto de su desmenuzamiento analítico progresivo); y las relaciones sociales, ante todo en la producción (con el consiguiente desarrollo de la cooperación de los hombres en el trabajo, que derivó históricamente en diversas formas de dominio de unos hombres sobre otros, no sólo para organizar la producción sino para apropiarse de los frutos del trabajo).
La ciencia surge como actividad social diferenciada con la culminación histórica de tres corrientes de progreso del pensamiento empírico, en el curso de pocas generaciones: al elevarse el conocimiento a una problemática distinta y superior; al determinar cambios sustanciales en la actividad productiva y en el modo de vida de los hombres; y como base de una interpretación de la realidad (materialista, monista), superadora del antropomorfismo. La actividad intelectual intensa de determinados hombres, con un dominio práctico del trabajo artesanal rico y variado, en los enclaves más dinámicos de la Europa de los siglos XV y XVI, esbozó la figura del científico profesional. Éste elevó progresivamente el conocimiento empírico a ciencia experimental (a teoría verificable mediante experimentación) perfeccionando la descripción, la clasificación y la experimentación de los hechos. De ese modo se descubrieron y se definieron las grandes coordenadas evolutivas del universo, por su coherencia interna: los seres de la misma complejidad que interactúan dentro de los niveles que ellos mismos constituyen. Y se inició la construcción de cada una de las grandes ciencias básicas que se refieren a esos niveles naturales objetivamente establecidos (partículas subatómicas, átomos, moléculas, proteínas globulares, células, animales), nutriéndolas con toda la experiencia ganada sobre los entes correspondientes.
Tras esa primera fase histórica de búsqueda del conocimiento por el conocimiento, que posibilitó la revolución industrial e influyó decisivamente en la concepción que el hombre se forma de la realidad, en la organización social de la ciencia y la enseñanza, y en la sociedad en general, se produjo la recaída de la ciencia en el empirismo, característica de la crisis actual de la ciencia. En parte, se trata de una crisis de crecimiento, puesto que, al desarrollarse, la ciencia acumula conocimientos que no pueden interpretarse dentro del marco conceptual de la ciencia experimental. Pero, sobre todo, responde a causas externas, ya que, en lugar de esclarecer y corregir los objetivos de la actividad productiva, la ciencia está hoy estructuralmente al servicio de la lógica y de los objetivos particularistas de las grandes empresas capitalistas. Con graves efectos añadidos, bien notorios: como la radicalización extrema del trastorno humano del equilibrio natural, la reconversión de la universidad en un centro de formación profesional, el deterioro serio de la personalidad típica del científico y la creciente irracionalidad del hombre común, sin exceptuar a los investigadores mismos.
Ahora bien, en estas condiciones, hay que plantearse cómo puede contribuir la rectificación de la teoría científica, del ejercicio de la investigación y de la docencia de la ciencia al perfeccionamiento, que pide la época, de la sociedad. A saber: 1/ sometiendo a conocimiento experimental todos los procesos naturales que objetivamente son susceptibles de ello, comenzando por el descubrimiento de los niveles concretos de integración energético-material que subyacen en los campos de conocimiento donde aún no han sido precisados; y 2/ elevando el conjunto de los conocimientos experimentales a un nuevo tipo de problemas, que, por decirlo así, pueden dar razón y coronar los grandes logros de las grandes ciencias experimentales, y superar su discontinuidad epistemológica: problemas como la naturaleza de los entes unitarios de cada nivel, de cómo su individualidad surge y se mantiene a partir del incesante proceso de los entes de nivel inmediato inferior; o, cómo, de nivel en nivel, la evolución conjunta del universo da cuenta de cada ente individual (y, en particular, de nosotros, los humanos), y, recíprocamente, adquiere sentido para los individuos. Lo primero urge sobre todo en el campo de los seres vivos, que tienen la peculiaridad de que nosotros mismos somos seres vivos, concretamente animales. Y, para lo segundo, contamos con la ventaja de la experiencia humana directa del nivel animal del ser vivo: lo que permite descubrir aspectos que se nos escapan en los individuos de otro nivel de integración, e incluso elevar todos los hechos experimentales pertinentes a una consideración nueva y superior -dinámica, integradora e histórica-, y decisiva para exigir la difusión universal de ese pensamiento científico general.
Ahora bien, tales son precisamente los tipos de problemas y los criterios epistemológicos de contribución personal de F. Cordón al estudio evolucionista de los seres vivos al esforzarse en hacer de la biología una ciencia experimental autónoma (capaz de comprender la naturaleza de los seres vivos a partir de su proceso de origen y de superar el reduccionismo quimista) y en elevarla paralelamente a ciencia evolucionista: 1/ origen y naturaleza de la proteína globular, y evolución de los grandes tipos de basibiones aislados y de sus asociaciones40; 2/ origen y naturaleza de la célula primigenia, y sucesión evolutiva de la filogénesis de los grandes tipos de células y de asociaciones de células; y ) origen, naturaleza y evolución de los animales.
En todo caso, F. Cordón, como biólogo, continuó trabajando en esa dirección hasta el final de su vida, primero (sin dejar su actividad de dirección de trabajo experimental, ahora en la industria de la alimentación) en IBA (1969-1978) y, desde 1979, en la Fundación para la Investigación sobre Biología Evolucionista (FIBE), creado por él con el objetivo de desarrollar su Tratado evolucionista de biología. Historia natural de la acción y experiencia. Ordenó sistemáticamente la enorme suma de datos empíricos y experimentales para interpretar de modo inteligible cada tipo de ser vivo, a partir de su origen en un marco determinado de la biosfera terrestre. Procuró ir induciendo, de los datos experimentales a nuestro alcance, la naturaleza física del campo unitario de la acción y la del de la experiencia propios de los seres vivos de cada nivel, producidos por la actividad cooperante de conjuntos de seres vivos de nivel inmediato inferior. Fue ideando modelos de cómo pudo irse produciendo el condicionamiento alterno entre tales campos, del que depende el mantenimiento en vida del ser vivo. Elaboró un esbozo coherente del conjunto del Tratado evolucionista de biología, exponiendo su pensamiento de la época con la mayor generalidad, en el libro de A. Núñez41. Alcanzó a publicar la Parte Primera (1978)42 y los dos primeros volúmenes de la Parte Segunda del Tratado (1990)43. Y dejó miles de notas científicas (la inmensa mayoría), epistemológicas, culturales y personales inéditas44.
No obstante, contamos con dos publicaciones más (La naturaleza del hombre a la luz de su origen biológico y Cocinar hizo al hombre45), que constituyen un adelanto del último volumen de la Parte Tercera del Tratado evolucionista de biología (sobre el origen, naturaleza y evolución del animal), correspondiente al estudio del origen, naturaleza y evolución del hombre, en los que se aborda la comprensión del mono ancestral del homínido, el homínido y el hombre en función de sus medios respectivos y recíprocamente, puesto que cada cambio de naturaleza del ser vivo implica siempre el correspondiente cambio cualitativo del medio. Para la concepción rigurosamente monista –científica y, más concretamente, evolucionista– del universo, según la cual este último está sujeto a un proceso de evolución coherente al que nada escapa, todo ser, fenómeno o proceso, cualquiera que sea su índole, es y sólo es comprensible en términos del resto de la realidad. Y, por lo mismo, no hay otra forma de comprender un ser vivo y su evolución sino en términos del proceso natural que le sostiene (de su medio) y de la evolución de este medio; ni, inversamente, de comprender un medio y su evolución sino en términos de los seres vivos (de los focos individuales de acción y experiencia) que lo mantienen y de la evolución de estos seres vivos.
De hecho, ambos libros se abren con un preámbulo problemático y teórico general sobre el origen, la naturaleza y la evolución del hombre y su medio, como tema culminante de la biología evolucionista. El primero, con una “introducción a la evolución animal y humana” en la que se resalta fundamentalmente que la vinculación del hombre con los seres vivos de otros tipos –y, en especial, con los animales– es de procedencia; el hombre y los póngidos, concretamente, proceden de una especie ancestral común, y no pueden entenderse sino en función de sendos procesos de especiación; y la especie humana cierra y culmina la evolución animal, al dejar de evolucionar en términos de otros animales y pasar a hacerlo en términos de la sociedad humana trabada por la palabra. Lo que se completa, además, con un segundo capítulo sobre “los principios biológicos generales que operan en la historia de la transformación del mono ancestral en hombre” en el que se puntualizan teóricamente los tres problemas siguientes: cómo una especie animal se diferencia en dos (proceso de especiación); las sendas particularidades que distinguen del caso general de especiación al surgimiento del homínido a partir del mono ancestral (las especies resultantes no son simpátridas, al desplazarse la nueva especie a un ecosistema nuevo) y al surgimiento del hombre a partir del homínido (el hombre es la especie animal cuya culminación consiste en dejar de depender, en su especialización trófica y en su medio, de otras); y el surgimiento del hombre como acontecimiento final del modo de haberse producido la ramificación filogénica de los mamíferos en sus grupos principales de órdenes. En cuanto a Cocinar hizo al hombre, comienza significativamente, a su vez, con el tratamiento monográfico del problema del origen del hombre como “un problema de filosofía natural”, proporcionando las nociones imprescindibles para entender la evolución de los animales y su medio, y resaltando, además, la necesidad de aplicar a los seres vivos que constituyen el nivel animal las dos leyes evolutivas que conciernen al mecanismo por el que el medio de una especie determina la evolución de la misma: el gobierno de la evolución por su nivel de integración energético-material más alto; y la modificación directa por el medio –en la evolución de los seres vivos de cada nivel– de la conducta del ser vivo (como lo congruente con él), de su configuración somática en función de la misma, y, sólo finalmente, de la selección de las estirpes más capaces.
Ahora bien, tras esas sendas introducciones problemáticas y teóricas, la mayor parte de los dos libros se dedica a la exposición de la interpretación biológico evolucionista de “la transformación de un mono en el hombre” distinguiendo tres episodios históricos básicos: 1/ el origen, la conducta y la naturaleza somática del mono arborícola ancestral común de póngidos y homínidos, y la evolución del mono ancestral de los homínidos frente a los póngidos: cómo el mono ancestral de los homínidos, partiendo de la conducta del mono ancestral arborícola, al descender al suelo, se vio obligado a una conducta cada vez más cooperante y a conducir con gritos circunstanciales poco variados una conducta selectivamente solidaria; 2/ el origen, conducta y evolución del homínido: cómo la postura erecta, al liberar las manos, le permitió llevar consigo un útil, con lo que inició el lento progreso de los útiles y su manejo y, con ello, el acceso al autotrofismo animal (la posibilidad de ir rebasando la especialización trófica de su especie y de poder ir disputando su alimento a un número creciente de otras especies); y 3/ el proceso de origen del primer hombre con el origen de la palabra46.
El tratamiento de este último episodio tiene un especial interés. El acampar, para la transformación culinaria del alimento de otras especies en alimento propio, determinó en el medio –y complementariamente en la conducta– del homínido un cambio que fue la condición indispensable para que surgiera finalmente el lenguaje: a saber, la desconexión periódica de su medio animal para cooperar en actividades “artificiales” (ejercidas sobre lo inerte), con las repercusiones consiguientes sobre la comunicación oral, la organización de la cooperación y la conducta frente a otras especies, y sobre su progreso dialéctico. En principio, la cocina transforma cualitativamente la actividad previa del homínido, al posibilitar el progreso de la actividad animal desde el objetivo animal (dependiente del apremio del hambre, del azar y de la acción directa) al proyecto previo (dependiente de la cooperación en el grupo ante lo inerte y al abrigo de lo fortuito y sobre todo de la interferencia entre las especies), relacionando el propósito con el resultado mediante el grito. Se trata ya de un modo de enseñanza y de aprendizaje, no por mera imitación, sino procurando relacionar (por torpemente que fuese) el propósito con el resultado, con lo que se esboza la experiencia social propia del hombre y la futura educación humana mediante la palabra: la cría del homínido aprende la comunicación oral ante las circunstancias en que se emiten los gritos y de las que reciben su sentido; el niño aprende a hablar descubriendo el sentido de nuevas palabras en el contexto de las que ya domina y, durante años, conoce la realidad solamente a través de la interpretación que le ofrecen los adultos. La presión selectiva del medio, que se aplica con preferencia creciente a la habilidad manual delicada y a la habilidad lingüística, acaba dando así origen a la palabra (constituida por el encadenamiento de sujetos y predicados imaginados, abstraídos de la realidad para dominarla con creciente anticipación y eficacia), que, en cierto sentido, confiere la facultad de proyectar, para sí y para los demás, acciones complejas cuyas últimas fases no estén informadas directamente por los datos de los sentidos. En estas condiciones, el progreso de la comunicación oral determinado por el trabajo dio origen al lenguaje (y al pensamiento, como lenguaje interiorizado y reflexión inaudible, estableciendo así la continuidad del medio humano), con las dos características que constituyen la base de su extraordinario desarrollo: 1ª/ ser un componente notable pero genuino del estímulo animal, que, integrado siempre con los restantes componentes del mismo pero gobernándolos por su mayor movilidad, determina principalmente los contenidos de la conciencia; 2ª/ ser una acción que el homínido abstrajo, de la acción inmediata que se proponía hacer, precisamente para obtener una experiencia previa conveniente para realizarla mejor, en cooperación.
Desde que surge, la palabra fomenta el progreso de la práctica culinaria hasta constituir el primer tesoro de conocimientos empíricos transmitido por los pueblos primitivos; y, por lo demás, la dialéctica entre el progreso de la palabra (con su aplicación a toda actividad previa y con el aumento de los recursos idiomáticos) y la complicación de las pautas de cooperación (en función de proyectos de cooperación cada vez más amplios), culmina con la transformación del homínido en una especie sui generis, capaz de efectuar y de guiar por la palabra (por el pensamiento, como ejercicio encadenado de la palabra, una vez interiorizada) una actividad social que, pasado un tiempo, la emancipó de la presión selectiva de un ambiente animal estructurado en especies y la llevó a establecer el medio cultural propio del hombre: un medio que le abre la perspectiva de realizarse en libertad en la conquista de un nuevo orden de la biosfera, no confirmable directamente por los sentidos, pero, en el que, por lo mismo, es fácil extraviarse y que el medio cultural se desarrolle teratológicamente (de lo que, en cambio, están exentos los animales en sus medios específicos rígidamente selectores y seleccionados).
Por otra parte, el esfuerzo por entender el “carácter diferencial de la naturaleza humana frente a los demás animales”, lleva, de por sí, en el último capítulo del primero de estos dos libros47, a la consideración del problema biológico general de la naturaleza del ser vivo, al preguntarse en qué radica la individualidad de cada hombre (y de cada animal, puesto que el hombres lo es): qué es un individuo animal. Lo que equivale a resolver, con un enfoque del ser vivo integrador, dinámico e histórico, tres tipos de problemas: 1/ en qué consiste el medio humano; 2/ de qué modo las continuas y diversas alteraciones que el medio animal (en su cambio incesante) provoca en los niveles inorgánicos del ambiente –alteraciones que, por los demás, inciden en células nerviosas muy diversas y numerosísimas– producen entre todas un estímulo único capaz de operar sobre un genuino individuo, como lo es todo ser vivo y, por tanto, el hombre; y 3/ en qué consiste la individualidad radical del hombre (y del animal), el organismo humano (el organismo animal).
La aparición del hombre cierra y culmina la evolución animal: el hombre es un animal, pero ya no es una especie animal, y el medio social humano es completamente distinto y evoluciona de otro modo que el medio estructurado en especies49 propio de los animales. El hombre, desde su surgimiento: 1/ deja de evolucionar en términos de otros animales e inicia una evolución nueva, la de los individuos humanos en términos de la sociedad trabada por la palabra, y viceversa; 2/ se libera de la selección natural y lejos de tender a diferenciarse en especies, tiende a una progresiva integración, por la ley de la evolución cultural; y 3/ interfiere con amplitud e intensidad creciente sobre la evolución natural de los animales. Todo hombre adquiere la mayor parte de la experiencia en forma de palabra oral o escrita, esto es, organizada ya en pensamiento por otros hombres; y el resto –aunque se recoja mediante órganos de los sentidos y actividad muscular animales (mirando, desplazándose, etc.)– es experiencia de un entorno organizado –salvo raras excepciones– por la actividad social humana y con ayuda de útiles artificiales. Todo hombre organiza continuamente toda la experiencia que va consiguiendo de la realidad en pensamiento, en experiencia comunicable, mediante la palabra, a otros hombres, contribuyendo así a la evolución de su medio cultural. Los hombres heredan, sobre la herencia animal, la aptitud de encajar en el medio humano, la capacidad para ejercer la actividad pensante. En su caso, la selección se produce entre las diversas formas de actividad humana, según la profundidad del conocimiento de la realidad que las guía. Y sólo pueden clasificarse, en tanto que hombres, por sus diversos modos de ejercer esa actividad, esto es, de participar en la marcha de ese medio suyo, en su evolución.
La evolución del hombre tiene, por tanto, una doble cara, la de la filogénesis humana (el proceso histórico de la experiencia social) y la de ontogénesis humana (la educación), y ambos procesos se cumplen con hombres de facultades congénitas fijas. Ahora bien, siendo esto así, «en términos biológicos podremos llamar progresiva a una sociedad en un período dado de su historia cuando, durante ella, la filogénesis de la acción y experiencia humana (el desarrollo del pensamiento general) sea impulsada satisfactoriamente por las ontogénesis de los individuos (el desarrollo del pensamiento de las personas) y, recíprocamente, el progreso de la filogénesis repercuta favorablemente sobre las ontogénesis. Entre estas filogénesis y ontogénesis humanas han de darse unas relaciones recíprocas semejantes a las que se dan en las previas etapas biológicas; ante todo, la ontogénesis ha de recapitular la filogénesis para poder, a su vez, influir satisfactoriamente sobre ésta»50.
Por lo demás, en la ontogénesis de los animales (considerada en sentido lato, como el modelamiento de su acción y experiencia a lo largo de la vida de un animal) pueden distinguirse dos períodos: 1/ el de su desarrollo embrionario, en el que se produce una recapitulación de la filogénesis de la especie animal en cuestión desde el primer animal, y la filogénesis condiciona estrechamente la adquisición de la acción y experiencia animal por el embrión, casi sin libertad por parte de éste; y 2/ el período del animal llegado a término, en el que ha de enfrentarse individualmente, con su medio específico estructurado en especies: en él, el animal irrumpe en la escena evolutiva y contribuye (por muy cuánticamente que sea) a su progreso. En cuanto al hombre, en él, como un animal más, se dan también ambos períodos, aunque el segundo (el del animal llegado a término) desemboca pronto en la ontogénesis privativamente humana, que, a su vez, recapitula la filogénesis humana e influye sobre ella.
Por lo mismo, la ontogénesis humana de todo hombre se inicia cuando, de niño, engarza, mediante su lenguaje incipiente, con su medio humano (en el que la persona se realizará, desde entonces, realizándolo): la acción y experiencia animal emprende entonces, en cada niño, su camino humano, privativo, realizado en lenguaje interiorizado (en pensamiento) que terminará con la muerte del individuo. Pero en esa ontogénesis humana (en el desarrollo del pensamiento de todo individuo humano a lo largo de su vida) hay que distinguir, a su vez, dos períodos, que, en lo fundamental, se comportan respecto a la filogénesis humana del mismo modo que los correspondientes períodos de la ontogénesis animal frente a la filogénesis de los animales: el de la educación; y el de la incorporación a la actividad productiva, en sentido lato. La educación humana proviene del aprendizaje de los animales superiores (de los monos superiores y el homínido, en concreto), que se transforma, dilatándose en un período de educación y cambiando de naturaleza: el niño interioriza un nuevo modo de acción y experiencia (el pensamiento).
Como toda ontogénesis, la de toda persona humana realizada en pensamiento (educación) se produce recapitulando la filogénesis correspondiente: partiendo de la nula capacidad de acción y experiencia humana inicial del niño, su período de educación ha de recapitular de algún modo la gestación histórica de la experiencia social (de la suma de conocimientos y habilidades) que se estime conveniente para que pueda efectuar con eficacia su trabajo de adulto. Pero, durante el segundo período de la ontogénesis humana (el de la participación en la actividad productiva en sentido lato), las personas, terminada su educación, han de enfrentarse con la sociedad trabada por la palabra, su medio genuino, que, desde entonces, en su proceso abierto, las va a modelar modelándose recíprocamente por ellas, paso a paso. Con lo que, en definitiva y en exacta correspondencia con lo que ocurre en la evolución conjunta de los animales y su medio, en el primer período ontogénico de las personas (el de su educación), la filogénesis humana modela las ontogénesis individuales, y, en el segundo, las personas ya educadas mantienen e impulsan la filogénesis del hombre.
Las características de la evolución humana frente a la animal nos imponen, por tanto, cuál es el modo peculiar de producirse la recapitulación de la filogénesis de la acción y experiencia humana en la ontogénesis de las personas y cómo, inversamente, la ontogénesis influye sobre la filogénesis: 1/ ante todo, al forzar estas ontogénesis (incluso en el tipo de educación más elevado), el medio humano tiene que plegarse a exigir un proceso de recapitulación de pensamiento que no exceda de las facultades congénitas de los niños, como sabemos fijas de generación en generación; y, 2/ no obstante, toda educación superior, por definición, tiene que recapitular (incorporar plenamente a la acción y experiencia –al pensamiento– individual) toda la experiencia social, al menos en alguna dirección, ya que el progreso del pensamiento se realiza y sólo se realiza sobre culminaciones de pensamiento individual, ganado en la actividad productiva en sentido lato, pero necesariamente basado en la educación juvenil.
Por otra parte, el medio animal específico del hombre –y tanto más cuanto más humano sea éste– se distingue de otros medios animales en que el primero forma la persona en la cooperación solidaria y los segundos forman, normalmente, la acción y experiencia específicas en la concurrencia, en la lucha por la existencia. Un medio humano desarrollado conforme a razón habría de permitir que cada ontogénesis se desarrollara en una sucesión de contenidos de pensamiento cada vez más generales y verdaderos y que contribuyeran a perfeccionar el ambiente cultural. Ahora bien, como el medio humano ha resultado del medio animal del homínido y puesto que el hombre conserva su naturaleza animal como básica de su naturaleza humana, nada tiene de extraño que su modo de acción y experiencia, como propia del animal social culminante, esté aleado -casi mejor, compuesto- con una ganga de comportamiento asocial. De hecho, el progreso de la acción humana (social) de la mano del pensamiento, y lo recíproco, se produce no acompasadamente y la evolución humana (a diferencia de la animal) tiene un curso particularmente conflictivo, que desemboca en conflictos cada vez más graves, porque el comportamiento asocial, irracional, domina, subyuga, cuerpos de cooperación social y de pensamiento racional cada vez mayores. Pero lo que conviene al progreso humano es resolver los conflictos en colaboración (el egoísmo humano bien entendido es la solidaridad), lo que, en el fondo, equivale a elevar los puntos de vista parciales a uno general: el progreso hacia un comportamiento cooperante creciente de la acción humana va de la mano con la conquista progresiva de un pensamiento cada vez más progresivo y racional (hoy, con el progreso de la ciencia).
Por otra parte, el progreso de la filogénesis humana (de la acción y experiencia social vertebrada por la palabra) exige períodos de educación cada vez más complejos que capaciten para llegar luego a incorporar toda la experiencia social en algún aspecto y mejorarla. Y, dado el avance en profundidad del conocimiento (sobre todo a partir del surgimiento de la ciencia experimental, que exige poseer dominios cada vez más extensos de conocimiento y puede causar repercusiones sociales sobre la actividad productiva cada vez más trascendentes, que requieren una creciente previsión), el ideal al que hoy debiera tender la educación es que cada persona poseyera organizadamente todo el conocimiento ganado en la filogénesis humana: para poder contribuir al progreso de la experiencia social en los aspectos que le sugiera su actividad profesional del modo más amplio y previsor posible; para cooperar u oponerse con conocimiento de causa a las iniciativas de los demás, cada vez más numerosas, que le afecten a uno mismo; y para alimentar a lo largo de la vida, el propio pensamiento con el desarrollo de la experiencia social y, de este modo, vivir del modo más pleno que le es posible al hombre (en interacción con todos los hombres).
Según la opinión hoy dominante, que informa la política educativa de la mayoría de los países (a impulsos, sin duda, de fuerzas distintas del avance de la ciencia), el acervo de los conocimientos se hace cada vez más inabarcable para un solo individuo, porque cada día se sabe más. Pero con ello se olvida que la ciencia no consiste en el allegamiento de los datos dispersos, sino en el descubrimiento de leyes cada vez más generales que subyacen a los fenómenos particulares: el objetivo genuino de la ciencia experimental es la profundización en la coherencia interna de la realidad, que permite que lo cambiante sea predecible; así, se han sometido a unidad teórica campos de fenómenos cada vez más amplios, hasta concluir que el universo es coherente y potencialmente cognoscible, elevándose así a ciencia evolucionista; y, por lo mismo, la ciencia va permitiendo progresivamente, y su desarrollo va a exigirlo cada vez más, que la educación facilite una comprensión cada vez más completa y global de la naturaleza, incluyendo en ella al hombre mismo.
Por lo demás, el obstáculo fundamental que se opone a una realización plena de cada uno de los hombres en el conocimiento integrado entre todos es de muy distinta naturaleza a la acumulación de conocimientos. La educación persigue preparar a los jóvenes para actuar después sobre su medio, y éste no es un medio abstracto sino que está condicionado por la sociedad concreta en que les ha tocado vivir. En el estado actual de las cosas humanas, como en una buena parte del pasado, la educación persigue impartir conocimiento racional capaz de conducir con eficacia los procesos naturales, pero sujeto al servicio del statu quo (comenzando por los intereses de la clase dominante, la clase dirigente y las clases privilegiadas en general). Este encorsetamiento de la educación actúa regresivamente sobre el desarrollo del pensamiento general (sobre la filogénesis humana), impide, en mayor o menor grado, el desarrollo del pensamiento individual y determina su orientación teratológica. Y esto último, en tal grado y hasta tal punto, que hoy no puede desarrollarse un pensamiento individual sano más que asimilando la educación oficial para negarla, sociológica y teóricamente; aunque, para criticar constructivamente la teoría vigente de un campo cualquiera de la realidad, hay que analizar cómo dicha teoría tiende a sernos impuesta por la defensa interesada del statu quo social.
El sometimiento de la enseñanza al statu quo social tiende a dislocar la conciencia de los educandos por el diferente modo de interpretar los distintos campos del conocimiento, al escindir esquemáticamente los contenidos de la docencia en dos grandes grupos: uno, el de los fenómenos físicos y químicos, que deben someterse al imperio de la razón (explicarse en términos del conjunto de ellos); y otro, el de los fenómenos sociales y humanos que tienden a ser excluidos de la interpretación racional. De modo que, por un lado, se esfuerza en conferir conocimientos rigurosamente establecidos, dotes de observación, raciocinio, espíritu crítico y hasta altruismo en la cooperación, ya que son cualidades necesarias en el desempeño de la actividad profesional al servicio de la actividad productiva en sentido lato; y por el otro, procura embotar esas mismas facultades frente a la estructura social imperante y su correspondiente cuadro de valores, que tienden a orientar la acción y experiencia de los individuos hacia estímulos irracionales y fútiles.
La biología evolucionista, desde su comienzo hace casi dos siglos, viene avanzando en la demostración, primero, de que todos los seres vivos y, luego, ellos y los seres unitarios de nivel inferior (moléculas, átomos, partículas subatómicas) surgen y se mantienen en un mismo proceso de evolución conjunta. Pero la filogénesis del pensamiento humano ha procedido justamente en el sentido contrario: la racionalidad se fue extendiendo –con dificultad, por ir, a veces, a contrapelo de los intereses constituidos– desde las relaciones humanas ante el trabajo y frente a fenómenos naturales congruentes con nuestros sentidos, hacia fenómenos que radican en niveles inferiores de integración de la realidad (los químicos, los físicos, los celulares, los proteínicos). La ciencia experimental ha consistido, precisamente, en la brusca expansión de la racionalidad, imponiéndonos así la coherencia de la realidad, desde lo que nos es profundamente familiar hasta lo recóndito. Pero hoy la tendencia es la contraria: la enseñanza y el cultivo de la ciencia parecen perseguir la fragmentación del conocimiento; el pensamiento “científico” se ha constituido en fuente de irracionalidad para el pensamiento general, al invadir los productos y los conceptos de la ciencia la vida cotidiana; y se ha impuesto la idea, básicamente irracional, de que el conjunto de la realidad, por su complejidad, es incognoscible.
Por otra parte, el sometimiento de la enseñanza vigente a la organización de sociedad tal como está hoy constituida impide comprender el recto sentido de la práctica docente misma. Si el objetivo de la enseñanza fuese el desarrollo de la acción y experiencia (el pensamiento) individual sobre la máxima experiencia social, impulsando la ontogénesis en función de la filogénesis para contribuir, así, al progreso de esta última, la educación tendría que incitar a los alumnos a mejorar críticamente, en función de su experiencia creciente, el propio medio social educativo, constituido por los maestros y condiscípulos, puesto que nada puede aprenderse sino practicándolo. Pero la docencia no progresa así porque el inmovilismo social impone el de la estructura docente: no se espera de ella la formación de hombres capaces de actuar conforme a las máximas posibilidades de la experiencia social y de actuar como dueños de la estructura social realmente existente, sino preparar, obtener y constituir su cuerpo de servidores. La función de la enseñanza es la recapitulación de la filogénesis humana en la ontogénesis humana, estimulando el espíritu crítico y haciéndolo del único modo posible, mediante la cooperación activa y crítica entre maestros y discípulos frente al propio medio educativo, como único modo de ir capacitando a unos y a otros como tales y de ir adecuando la práctica docente al cambio continuo que exige el medio humano: el maestro o es un alumno perpetuamente activo, tanto de sus alumnos como del pensamiento general a que debiera llevarlos, o es un pedante; el alumno tampoco puede aprender nada sino practicándolo; y, dada la invertebración irracional de los contenidos de la docencia en la actualidad, sólo pueden buscarse los caminos más ágiles para ir desde lo que se va conociendo hacia el pensamiento más general y más verdadero posible en este momento practicando la cooperación entrañable, aunque tensa, entre maestros y discípulos.
Con todo, aunque los buenos profesores pueden conseguir una táctica docente más o menos adecuada, una estrategia docente correcta sólo podrá lograrse mediante la cooperación entre los científicos y los docentes como máximos gestores de la filogénesis y la ontogénesis humana, siempre que los primeros practiquen la investigación científica al máximo nivel (persiguiendo una interpretación coherente de la realidad y la subordinación de la actividad productiva a la investigación y sus conclusiones) y en la medida en que los segundos impulsen la investigación corporativa necesaria para asimilar del modo más fácil, riguroso y abierto al progreso dicho pensamiento superior. Pero esto supone una lucha indivisible con tres objetivos básicos y contra sus correspondientes obstáculos, todos ellos condicionados entre sí: 1/ la estructuración racional del medio humano y la sumisión de las clases dirigentes a la ciencia, en lugar de que la subyuguen subordinándola a sus intereses; 2/ la construcción de una Universidad que produzca el pensamiento a su nivel más alto y tienda a impartirlo a todos los hombres, procurando que la especialización se produzca desde el pensamiento teórico, único modo posible de que el pensamiento individual esté modelado por una concepción racional del Universo y de que la acción individual esté guiada por la máxima experiencia social; y 3/ el libre acceso de las personas así educadas a los puestos de trabajo en que puedan desarrollar la capacidad de acción y experiencia adquirida y hacerla fructificar en provecho general.
[^22] Según la nota editorial de la Biblioteca IBYS de Ciencia Biológica, su fin fue la publicación de “tratados de máxima autoridad, que, además, expongan con todo rigor crítico el estado actual de la pertinente rama científica, de modo que los conceptos e hipótesis no aparezcan desvinculados de los hechos que han forzado su nacimiento” y “obras que, por lo científico de su exposición (purgada en lo posible del dogmatismo casi inevitable en los manuales de texto), descubran, entre el cúmulo de adquisiciones objetivas, los problemas que esperan solución del investigador atento y libre de prejuicios”. Y esto, para contribuir al desarrollo de la experimentación biológica y para elevar a consideración científica los problemas que la práctica diaria les plantea a médicos, farmacéuticos, veterinarios y otros profesionales de las ciencias naturales. Por lo demás, aparte de los ocho tomos del tratado de inmunidad, de R. Doerr y del primer libro de F. Cordón, en la Biblioteca IBYS, editada por la Revista de Occidente, se incluyeron sus traducciones de otros libros clave de la biología de la época, como Genetics and the origin of species, de Th. Dobshanky, Animal Species and Evolution, de E, Mayr y, así, hasta once obras básicas más (véase la relación bibliográfica completa en Anthropos, Revista de Información y Documentación, 1, p. 11).
«Reflexiones autobiográficas sobre la ciencia», Triunfo, año XXV, 6ª época, 5 (marzo de 1981), pp. 49. ↩
Loc. cit.,; p.. 53. ↩
«Las tres etapas del conocimiento biológico: empírica, experimental y evolucionista», en La actividad científica y su ambiente social, Madrid, Taurus, 1962, pp. 61-84, p. 62. ↩
Ibídem. ↩
Loc. cit., p. 61. ↩
«Prólogo a la segunda edición de El origen de las especies, de Darwin», Madrid, EDAF, 1980, pp. 16-17. ↩
Provisionalmente, lo denominó, primero, individuo protoplásmico, luego basibión (ser vivo básico), único neologismo que introdujo, y que identificó finalmente con la proteína globular.
«Estos individuos del primer nivel del ser vivo surgieron, pues, y evolucionaron a lo largo de una etapa de la evolución biológica previa a la etapa de la evolución celular y continúan existiendo en el soma celular como base de toda célula (al modo como las células integran los somas de los animales) y su interacción es básica para el mantenimiento continuo de la individualidad animal; a estos seres vivos de nivel inferior (de nivel intermedio entre el molecular y el celular) los denominamos protoplásmicos, recogiendo con sentido nuevo una vieja designación. Los individuos protoplásmicos sí que surgieron primigeniamente de la evolución conjunta de las moléculas y (aunque hoy exclusivamente en los somas celulares a los que integran) siguen existiendo y manteniéndose directamente de moléculas (de metabolitos); de modo que el modo de acción y experiencia que define al individuo protoplásmico es precisamente el gobierno directo de las transformaciones de moléculas a las que organizan permanentemente en rutas metabólicas de cuya regulación constante reponen instante a instante el nivel de integración energético -material que también permanentemente han de aplicar a su acción» (La alimentación, base de la biología evolucionista. Historia natural de la acción y experiencia. _Volumen I. Origen, naturaleza y evolución del protoplas_ma, Madrid, Alfaguara, 1978, Prefacio, p. XXVII). ↩
«Reflexiones autobiográficas sobre la ciencia», Triunfo, 6ª época, 5 (marzo de 1981), pp. 49-56; p. 55. ↩
Loc. cit., p. 53. ↩
«Prólogo a la segunda edición…», p. 33. ↩
«Reflexiones desde el pensamiento evolucionista sobre el estado actual de la ciencia», El País del 3 y 4 de abril de 1981, Tribuna Libre, 1 y 2; 1. ↩
«Prólogo a la segunda edición…», p. 29. ↩
A. Núñez, Conversaciones con Faustino Cordón sobre Biología Evolucionista, Barcelona, Península, 1979, p. 297. ↩
«Las tres etapas del…», p. 76. ↩
A. Núñez, Conversaciones con…, ibídem. ↩
Ibídem. ↩
Esta segunda parte del prólogo se ha elaborado sobre la base de la lectura y recensión de las obras menores de Faustino Cordón para la Web de la Fundación para la Investigación de la Biología Evolucionista, fundada por él en 1979. ↩
A. Núñez, Conversaciones con…, p. 276. ↩
Inmunidad y automultiplicación proteica, Madrid, Revista de Occidente, 1954, p. 32 ↩
Por entonces los bioquímicos ya sabían de la existencia de unas entidades intermedias que son los enzimas o proteínas globulares, que tienen la capacidad de manejar moléculas de una a una. Cada enzima dirige específicamente determinadas moléculas disueltas hasta reunirlas en una precisa posición recíproca y ponerlas en el estado interno de reaccionar entre sí. Ahora bien, al estudiar posteriormente las proteínas globulares (que realizan asimismo otras acciones no menos notables sobre el nivel molecular), F. Cordón concluirá que no podrían realizar lo que hacen sin aplicar una modalidad de acción y experiencia al gobierno de su ambiente característico, moléculas disueltas en agua; que cada proteína globular funcionalmente activa es una asociación de moléculas que se ha elevado a adquirir la capacidad de manejar, por experiencia, moléculas en su provecho; y que son las unidades de integración del primer nivel biológico, el directamente supramolecular. Sobre las proteínas globulares se constituye directamente la célula y ésta resulta aplicando su acción y experiencia a gobernar la actividad asociativa entre las proteínas globulares que la establecen. Hay, por tanto, tres -y sólo tres niveles sucesivos de integración energético-material de los seres vivos: la proteína globular, la célula y el animal. ↩
«Pienso que en si en mi vida he jugado alguna vez arriesgadamente fue cuando vislumbré la existencia de un nivel subcelular y, desde entonces, pasé a investigar en biología bajo este supuesto teórico que, años después, me llevó a concretar la existencia del individuo protoplásmico» (A. Núñez, Conversaciones con…,p. 24). ↩
Véase la “relación de artículos propios y de sus colaboradores” en Anthropos, Revista de Información y Documentación, 1, pp. 14-16. ↩
Introducción al origen y evolución de la vida, Madrid, Taurus, 1958, p.13. ↩
Loc. cit., pp. 8-9. ↩
A. Núñez, Conversaciones con…, p. 8. ↩
En la evolución de todo animal lo que se va modificando en vanguardia son los individuos mismos como tales, no partes recónditas de sus células: lo que modela el soma de un animal, desde su origen hasta su muerte, es el ejercicio de su actividad regular guiada por la experiencia de sus efectos; y el progreso, de generación en generación, de los caracteres adquiridos propios de una especie (de la eficacia de la conducta de sus individuos para adaptarse a su medio) se explica por el hecho de que los hijos tienden a reproducir la capacidad de adquirirlos (la semejanza de los hijos a sus padres se debe al hecho –implicado en la continuidad del plasma germinal, descubierta por Weismann- de que la estirpe de las células sexuales de un individuo animal procede de su zigoto, en virtud de un proceso de multiplicación celular muy directo y sencillo). ↩
El libro incluye dos textos más, posteriores y previamente publicados: uno, a modo de introducción, «Balance y perspectivas del darwinismo»; y otro, como apéndice, «La evolución conjunta de los animales como base para entender el organismo animal». En la segunda edición, de Anthropos, con motivo del centenario de la muerte de Darwin, figuran además, como apéndices, la introducción para la versión castellana de El origen del hombre (Madrid, Edaf, 1980) y otros textos, de 1982. ↩
Véase, especialmente, el prólogo a la edición de El origen de las especies por selección natural, en la editorial Bruguera. ↩
El título del libro coincide con el del primer trabajo incluido en el mismo. ↩
Tal es el título de estudio central del libro, mientras en los dos restantes se estudia el “fundamento, valor y riesgo de la ciencia experimental” y se ilustra “el menosprecio del pensamiento en la biología actual”. ↩
Ese grave error científico se ilustra monográficamente con el análisis detenido de dos casos que parecen la cifra y compendio de la incapacidad de la bioquímica para desarrollarse ante la cima teórica: 1. el conflicto entre una concepción básica de Berzelius y la síntesis de la urea por Wöhler, en 1828; y 2. la polémica entre Willstätter y Summer acerca de la naturaleza química de las proteínas, cien años más tarde. ↩
«Origen y evolución de la secreción gástrica. Una contribución al estudio del animal por su origen», 1964 (inédito). ↩
A. Núñez, Conversaciones con…, p. 8. ↩
(1966 b). «Significación de la técnica de los reflejos condicionados para entender el origen y la naturaleza de la actividad animal. Prólogo al libro de A. Colodrón, La medicina corticalvisceral. Sus fundamentos fisiopatológicos (7-83). Barcelona, Península, 1996, pp. 7-83; pp. 17-18. ↩
Loc. cit.; p. 66. ↩
A mediados de 1966, F. Cordón abandonó IBYS junto con su equipo para probar suerte en los Laboratorios Coca, por el descontento de sus colaboradores porque la empresa prefería adquirir las patentes extranjeras de comercialización confirmada a potenciar los productos de su propio laboratorio. Pero esa nueva experiencia empresarial resultó mucho más frustrante, por lo que creó, con la ayuda de Juan Huarte, el Instituto de Biología Aplicada (IBA), una empresa de investigación para dirigir un conjunto de industrias de la alimentación, resolviendo sus problemas científicos. ↩
«La experiencia como carácter esencial de los seres vivos», Revista La Torre (Puerto Rico), 63 (1969), pp. 11-67. Véase también, con un carácter divulgativo, «Acción y experiencia de la vida», Revista de Occidente, 2ª época, 86, 128 (1979), pp. 30-51. ↩
La alimentación, base de la biología evolucionista. Historia natural de la acción y experiencia. _Volumen I. Origen, naturaleza y evolución del protoplas_ma, Madrid, Alfaguara, 1978, Prefacio, p. XXXV. ↩
La segunda edición, de Antropos (1982), corregida y aumentada, incluye cuatro apéndices sobre otros tantos temas epistemológicos: 1/ significación del aristotelismo más riguroso (desde Avicena y Averroes) en relación con el origen de la ciencia experimental; 2/ posibilidad de superar el monismo “aristotélico” de la ciencia experimental mediante el estudio científico-evolucionista de los seres vivos, integrando los recursos acumulados por las ciencias experimentales y por las ciencias del hombre y de la cultura, y superando sus respectivas limitaciones epistemológicas, para fundamentar el monismo evolucionista; 3/ base y límite epistemológico respectivos de la ciencia experimental y la ciencia evolucionista; y 4/ la necesidad de debatirse entre la creación audaz y la perplejidad intelectual, como propia de todo científico genuino. ↩
Tal fue el objeto de la Parte Primera del Tratado de Biología Evolucionista. ↩
El libro incluye un Epílogo teórico, de F. Cordón, con el resumen de su pensamiento general en esa época. ↩
Hay una segunda edición en Anthropos (1994). ↩
En el volumen I ofreció un primer modelo del origen y naturaleza de los seres vivos de segundo nivel biológico (de la célula), teóricamente coherente y que concuerda con todos los datos experimentales, como culminación del trabajo realizado entre 1978 y 1984. Y en el volumen II, demostró la eficacia de dicho modelo, que le sirvió además de guía segura para el estudio de la evolución celular en los años posteriores, al analizar el metabolismo celular interpretando todos los datos de la bioquímica. Posteriormente, volvió a publicarse en forma independiente, por su especial interés teórico y epistemológico, el capítulo VII, Historia de la bioquímica. Consideración histórico-crítica desde la teoría de los niveles biológicos de integración.
Por lo demás, F. Cordón distingue dos modos posibles de lectura del Tratado Evolucionista de Biología en función de la experiencia intelectual previa de dos tipos diferentes de lectores: una que parta de la comprensión evolucionista de la bioquímica, para personas con una formación bioquímica y científico-experimental en general; y otra más atenta al orden normal evolutivo en que ha sido escrito el libro, para “personas inclinadas al pensamiento evolucionista que parece pedir la época”. ↩
FIBE viene haciendo accesible la obra inédita de F. Cordón en la página Web Faustino Cordón, Biólogo evolucionista, conforme los trabajos de documentación lo permiten. ↩
Aunque se publicó antes que La naturaleza del hombre a la luz de su origen biológico, su redacción fue posterior, aparte de ser un libro atípico, porque no responde exclusivamente, como los demás de F. Cordón, al esfuerzo por profundizar en un problema biológico determinado, sino que es más bien un ensayo de divulgación de sus ideas sobre el origen del hombre entre el público culto no especializado (divulgación siempre muy difícil y, por tanto, relativa, dado el nivel de máxima abstracción científica del pensamiento de F. Cordón). ↩
En Cocinar hizo al hombre se enriquece lo expuesto en La naturaleza del hombre a la luz de su origen biológico sobre la historia evolutiva próxima de la que surgió el hombre, con nuevos datos y precisiones conceptuales y teóricas, especialmente en lo concerniente a la naturaleza y la dificultad de la actividad culinaria y a la trascendencia evolutiva de la cocina para el porvenir del homínido, al constituirle en autótrofo y ponerle en condiciones de adquirir la capacidad de hablar, de devenir hombre. ↩
En el último capítulo de Cocinar hizo al hombre, se contrapone el hedonismo y la felicidad a la luz de la definición de la naturaleza del hombre por su origen. Puesto que la naturaleza humana se distingue por la facultad de elevar a pensamiento cada vez más verídico y complejo la experiencia ganada en una actividad que integra a un número creciente de personas, la felicidad de cada uno no puede consistir sino en la satisfacción de sí mismo de esa doble manera complementaria, en pensamiento y en cooperación solidaria. En cuanto al hedonismo, es una perturbación del desarrollo normal de las personas acomodadas que modela el placer con el pensamiento, pero sin influir decisivamente sobre la personalidad del que lo goza, al subordinarla a un aspecto parcial y efímero de la misma: el hedonista carece de proyecto de vida en razón de vicios del medio social, cuya falta de proyecto desorienta las actividades particulares que tienen que tomar sentido del desarrollo de la sociedad. Aunque es mucho mayor el daño causado por ese orden social irracional en quienes no pueden asumir su destino por la necesidad apremiante de subsistir o por la sujeción forzosa a un trabajo rutinario. ↩
Las fuentes de los dos últimos apartados de esta sección son Conversaciones con Faustino Cordón sobre biología evolucionista, La evolución de los animales y su medio, «Valor de la biología para educación al niño en el respeto de la vida», «Las bases biológicas de la comunicación. (La experiencia animal y humana)», y «La naturaleza animal de la psique humana y su ambiente cultural», ponencia leída el 17 de octubre de 1992 en la I Conference for Socio-Cultural Research. ↩
En términos biológicos, puede afirmarse que en la filogénesis humana (en la evolución de la cultura), en la ontogénesis de cada hombre (en el desarrollo de la capacidad personal de vivir en sociedad) y en el proceso mismo de cada acto elemental de la vida humana (en el modo de producirse la sucesión “estímulo –alteración del organismo– acción somática productora de un nuevo estímulo”), el hombre inexcusablemente tiene que realizarse en el modo de tomar noticia de la naturaleza y de actuar sobre ella propio del animal para, apoyándose en él, elevarse al nuevo modo de hacerlo privativamente humano. ↩
A. Núñez, Conversaciones con…, pp. 327-328. ↩